Recorrió con calma el camino oculto entre los árboles, dejando que la espesa neblina del pantano cubriera su figura. Llevaban varias horas rastreando al grupo de ignitas sobrevivientes, y se había separado del grupo deseoso de una buena matanza.
Se había encontrado con Climene unas horas antes del ataque, y escuchó pacientemente su quejas sobre la actitud del caballero que la acosaba, y luego de darle un par de consejos iba a acompañarla hasta Stone, donde se reuniría con un pequeño grupo con el que entrenaba, cuando el aviso del ataque ignita lo obligó a cambiar sus planes.
Y ver al maldito draugmorn partir en la misma dirección que había tomado su amiga, mientras ellos derramaban su sangre en sus tierras, lo llenó de una furia asesina que no había logrado aplacar durante toda la batalla. Sabía perfectamente la clase de hombre que era el guerrero, y no iba a permitir que su mejor amiga terminara en las garras de alguien demasiado parecido a sí mismo.
Voces femeninas llamaron su atención, desviando su camino hacia la playa que rodeaba el pantano. En el lugar encontró a dos esquelias, una bruja y una tiradora, desnudas, tratando sus heridas luego de un evidente baño en las heladas aguas.
Para ser exactos, las heridas ya habían pasado a segundo plano. Aquel llamado el maldito se encontró con una escena nunca antes vista por él en la zona de guerra: ambas jóvenes se acariciaban sensualmente, besándose con pasión mientras dejaban sus manos vagar por sus cuerpos.
Su cuerpo se endureció dolorosamente ante el espectáculo, sin siquiera pensar en el origen de sus protagonistas. Su cuerpo reaccionaba instintivamente ante el movimiento de las chicas, y el femenino olor que llegaba hasta él. Requirió más control del que creía tener para mantenerse oculto y no revelar su presencia a las jóvenes, esperando que acabara rápidamente y se revelara una muy elaborada trampa para hacer caer a cualquier (ardiente) incauto.
Y si era una trampa, las jóvenes estaban muy dedicadas a hacerlo caer en ella: sus manos comenzaron lentamente caricias más profundas, provocando fuertes gemidos que causaban en el bárbaro una extraña mezcla de placer y dolor. No pudo contener el gemido que nació al ver a la arquera acercar su boca al ardiente centro de su compañera.
Las jóvenes se detuvieron asustadas, observando a su alrededor, hasta encontrar la figura del semielfo entre los árboles. La sorpresa inicial fue reemplazada por la perversión y, mientras soltaba su cabello de fuego, la pequeña tiradora se acercó al guerrero con movimientos sensuales, disfrutando de la expresión de él ante la vista de su cuerpo desnudo.
Sujetó su martillo con fuerza, aún esperando un ataque sorpresa de cualquier enemigo escondido en las sombras. No retrocedió cuando la joven se detuvo frente a él, manteniéndose en guardia, hasta que la vio caer sobre sus rodillas, y trabajar hábilmente con las gruesas tiras de cuero que sujetaban sus perneras.
Contuvo el aliento, mientras la esquelia comenzaba a jugar con su miembro, acariciándolo con movimientos suaves, torturándolo con su aliento sobre él; el enorme martillo cayó de sus manos cuando sintió la cálida humedad de su boca rodearlo, logrando únicamente enredar sus dedos en el rojizo cabello para empujarla con fuerza hacia él.
Sin hacer caso a su sentido común, cerró los ojos mientras las manos de la bruja ignita se unían al trabajo de su compañera, batallando entre ellas por darle aquel agónico placer.
Tirando del negro cabello puso de pie a la bruja, para abalanzarse sobre ella con un beso duro y animal, mientras enterraba su mano en la entrepierna de la joven; con un grito la esquelia comenzó a cabalgar su mano, mientras él llevaba su hambrienta boca sobre uno de sus pechos, mordiendo y chupando hasta sacar lágrimas de placer en la joven, quien se derrumbó entre los temblores que aquel feroz orgasmo provocara en su pequeño cuerpo.
Desvió su atención al excelente trabajo que su otra enemiga realizaba sobre él, disfrutando la visión de su ardiente cabello caer sobre sus pechos. Con su lado más animal encendido y preparado, levantó a la chica y la empujó contra un árbol, golpeando sus pechos contra la dura corteza, mientras sujetaba sus caderas y se enterraba profundamente en ella. La joven comenzó a gritar, suplicando por su propia liberación entre las poderosas embestidas del bárbaro.
Sintiendo su propio final, apenas le permitió saborear su orgasmo a la arquera, separándose de ella y obligándola a arrodillarse y tomar su miembro en su boca. La esquelia comenzó a devorarlo con avidez y habilidad, mientras el guerrero quemaba sus manos en aquel largo cabello, enterrándose profundamente para liberar su semilla en su garganta.
La joven sonrió, lamiendo sus labios y saboreando su premio, mientras el cuchillo aparecía de ninguna parte y desgarraba su garganta. Con un grito de terror su compañera intentó levantarse y huir, pero el magnífico martillo cayó sobre ella, partiendo su cráneo.
Acomodó nuevamente su ropa y su armadura, limpió toda señal de su presencia y se alejó rumbo a tierras syrtenses, ya más relajado y satisfecho. El lobo regresaba a su cueva tras logrado una buena caza.
X - x - x - x - x
Caminaba tan rápido como se lo permitía su túnica, mientras aferraba su báculo pensando en los dolorosos usos que podría darle.
Ella, la tonta inocente, había creído que el pobre bárbaro estaba muriendo al verlo caer tras recibir ese horrible hechizo. Como cualquier estúpida enamorada se lanzó sobre él, le quitó la armadura y comenzó a evaluar y a sanar cada herida que encontró en aquel increíblemente formado pecho, dirigió a los jóvenes que llevaban a los heridos rumbo al castillo, para asegurarse de que viajara cómodo y sus heridas no se abrieran, y terminó durmiendo a su lado, preocupada por su salud.
¿Para qué? Para despertar esa mañana sola, y escuchar de boca de los guardias que su pobre paciente había salido temprano hacia el muro del reino. Ella era buena, pero era imposible que aquel tipo se recuperara tan rápido, a menos que no hubiese estado realmente mal desde un principio.
Oh, pero que se pusiera nuevamente en su camino, y ya vería de lo que era capaz de hacer. Le enseñaría que un báculo no sólo es útil para los hechizos, no señor. Un báculo puede generar mucho dolor, y no necesariamente por la magia.
Ananke no era capaz de contener su enojo, irradiándolo con su aura a quienes caminaban junto a ella, y que rápidamente comenzaban a buscar distancia por su propia seguridad. Ignoraba a todo y a todos, apenas deteniéndose para sentir los caballos pasar cerca de ella y salir de su camino.
Tan concentrada iba, pensando en los mejores métodos de tortura con un báculo, que no sintió al caballo que se acercó a ella lentamente, hasta que un par de fuertes brazos la levantaron, acomodándola en la montura, de espaldas a un fuerte y conocido pecho.
- ¿Me extrañaste, arwenamin? (1) – Chronos logró bloquear el golpe del báculo, aprovechando de quitárselo y colocarlo en un lugar más seguro (para él) – veo que sí me extrañaste – dijo riendo, mientras la acercaba más hacia él y rodeaba su cintura con sus brazos.
- Tanto como extrañarás no tener mi báculo en tu trasero, maldito imbécil. Yo preocupándome por ti mientras jugabas al enfermo para terminar desapareciendo sin que te viera.
- Oh, amor mío, adoro cuando te pones así, pero como no quiero probar los extraños usos de tu báculo, pido disculpas por mi desaparición. Simplemente recordé cuanto te molesta recorrer la zona de guerra para ayudar a nuestra gente, así que fui en busca de un regalo – dijo señalando hacia abajo.
Por primera vez la elfa puso atención a aquello sobre lo que estaba sentada. Un hermoso corcel de Syrtis, con su blanco pelaje brillando bajo el sol, los llevaba rumbo al fuerte. Sonrió mientras acariciaba el poderoso cuello, toda rabia desaparecida.
- ¿Cual es su nombre?
- El que tu quieras, amor – la maga sonrió con malicia.
- Qué mejor nombre que el del mayor animal que conozco – dijo mientras se inclinaba para abrazar el cuello del corcel - ¡Chronos!
(1) Quenya, mi dama.