sábado, 2 de enero de 2010

Capitulo 5

En cuanto se despertó, supo que no se encontraba en ninguno de los fuertes, ni mucho menos dentro del reino. No necesitó abrir los ojos para saber que se encontraba en un lugar cerrado, su olfato captó un leve olor a madera y humedad, y su oído le dijo que no se encontraba sola en aquel lugar.

Abrió los ojos despacio, dando un vistazo a su alrededor: un cuarto amplio, cavado directamente en la piedra y cubierto por madera para cubrir la frialdad de la cueva. Variados muebles, notoriamente hechos a mano, llenaban el lugar. La cama sobre la que se encontraba era bastante grande, con figuras talladas a mano que mostraban dedicación y esfuerzo en el trabajo; el colchón relleno de paja se sentía fresco y seco, tan cómodo que no le daban ganas de moverse o levantarse.

El lugar era una pequeña casa en un sólo cuarto: cerca de la cama encontró una pequeña mesa con un par de bancos, y un par de metros un pequeño sector acomodado como cocina; pero lo que realmente llamó su atención, fue el amplio sector cubierto de arcos de distintos tamaños y formas, decenas de cajas con todo tipo de flechas, herramientas especiales para el trabajo de la madera y, sentado en el suelo, sosteniendo un arco a medio terminar, un hombre al que no hubiese visto de no ser por el ligero movimiento de sus manos sobre la madera.

Lo único que vestía eran sus pantalones, dejando buena parte de su cuerpo a la vista; no parecía muy mayor, a lo sumo un par de años más que ella, pero muchas y variadas cicatrices cubrían su bien formado cuerpo, y un ligero bronceado le daba un ligero aire salvaje. Las manos con las que trabajaba en el arco parecían duras y ásperas, pero se movían con delicadeza y cuidado sobre la madera. Sólo cuando estas detuvieron su movimiento levantó su vista al rostro del hombre, para encontrar un par de profundos ojos negros observarla con ferocidad.

Elemmirë (1) se sonrojó, súbitamente conciente de encontrarse desnuda bajo la manta que la cobijaba, pero no desvió la mirada. Lo reconoció como el arquero que apareciera desde el bosque para atacar a los alsirios, poco antes de desmayarse por los ataques recibidos. Con cuidado comenzó a revisar los vendajes que cubrían sus heridas, evaluando el daño, hasta que un sonido similar a un gruñido la detuvo.

Levantó la vista para encontrar al joven de pie junto a la cama, observando detenidamente el movimiento de sus manos bajo la manta. Antes de poder sonrojarse nuevamente, el semielfo levantó la tela, dejándola desnuda ante sus ojos. El instinto de supervivencia más básico la llevo a intentar cubrirse con sus manos, pero sus muñecas fueron fuertemente sujetadas y llevadas sobre su cabeza, mientras él se inclinaba sobre ella.

Gilmorn (2) no podía detenerse, ver sus movimientos bajo la manta, y el recuerdo de la suavidad de su piel llenó su mente con oscuros pensamientos. Acercó su rostro al de ella, inhalando profundamente para llenar sus pulmones con su femenina esencia; sintió el estremecimiento del pequeño cuerpo bajo él cuando lamió suavemente la curva de su cuello, satisfaciendo la necesidad de conocer su sabor. Sus asustados movimientos lo llenaban de la más primitiva excitación, y sólo los suaves quejidos que escaparon de sus enrojecidos labios tras presionar su cuerpo sobre ella le recordaron las heridas de la pequeña arquera.

Se tomó un par de segundos para recuperar el control, mientras disfrutaba de la sensación de la proximidad de sus cuerpos, antes de erguirse y comenzar a revisar los vendajes y heridas de la semielfa, ignorando las quejas de la joven y sus intentos de cubrirse. Estirándose para tomar la manta arrugada a los pies de la cama comenzó a cubrirla, permitiéndose antes el placer de besar y lamer su vientre, la suave curva entre sus pechos y subir hasta su cuello.

Tomó su arco y algunas flechas, y salió a cazar algo para comer. Sólo tocar su cuerpo lo había excitado a un doloroso nivel, y necesitaba descargar sus energías o tomaría a la joven antes de que sus heridas sanaran, y se conocía demasiado bien para saber que no sería gentil ni delicado, aún si lo deseara.

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Embistió con ferocidad, elevando su martillo sobre las cabezas de sus enemigos, rompiendo un par de cráneos mientras lo dejaba caer. Junto a él un par de jóvenes guerreros se encargaban de rematar a los que dejaba heridos, mientras continuaba su carrera hacia el puente.

Llevaban cerca de una hora deteniendo a la oleada de ignitas que intentaban llegar al castillo, y Chronos ya comenzaba a resentir el esfuerzo realizado, y todo culpa de esa pequeña y terca elfa que intentaba conquistar.

¿Por qué demonios no podía ser como todos los conjuradores, y ayudar a sus aliados desde las últimas y más protegidas filas? Oh no, ella tenía que ser la salvadora del mundo, lanzándose con una simple barrera para rescatar al estúpido chiquillo que se lanzó antes de tiempo contra los enemigos, o para dar un par de protecciones extras a un arquero lo suficientemente malagradecido como para salir huyendo sin siquiera dar las gracias. En más de diez ocasiones se vio obligado a dejar la masacre que tenía entre manos para ir a salvar aquel lindo trasero y asegurarse de que la testaruda mujer se mantuviera en una pieza.

Se lanzó contra el último grupo, ansiando poder triturar otros pocos huesos antes que todo terminara, pero una enorme y candente roca cayó sobre él, provocándole algunas quemaduras y aturdiéndolo. Se detuvo un sólo segundo antes de lanzarse rabioso contra la insolente bruja, lo suficiente para ver la expresión de terror de su preciosa elfa, y un malvado pensamiento reemplazó al instinto asesino.

Con su traviesa sonrisa cubierta por el yelmo, soltó su martillo y llevó sus manos a su pecho, dejándose caer mientras sus enemigos cruzaban el puente. Vio a sus compañeros pasar a su lado, ignorando su actuación, dejándolo a solas con la pequeña maga que se arrodilló junto a él, intentando quitar su armadura para evaluar el daño.

Chronos comenzó a quejarse, decidido a vengarse de la preocupación que le causara la conjuradora, haciéndose la víctima y disfrutando de sus cuidados. Y mientras sentía las suaves manos moverse sobre su pecho, sanando sus heridas, decidió dejarse herir con más frecuencia a partir de ese momento.

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Fijó su único ojo en su oponente, preparando el golpe destinado a aturdirla. Se acercó, y evadiendo la larga lanza dejó caer su garrote sobre la pequeña figura.

- Levanta un poco más el brazo, estás absorbiendo los golpes con el brazo en vez del cuerpo – la masculina voz sorprendió al cíclope, quien bajó su guardia mientras buscaba el origen del sonido, permitiendo que la semielfa acertara el golpe de su lanza, provocándole una profunda herida – Debes tomar la lanza desde el centro, ¿quién demonios era tu entrenador? Deberían atarlo al cepo (3) por mal enseñar a nuestros jóvenes caballeros – dejó que todo su enojo se acumulara en su pie, mientras daba un preciso golpe a la entrepierna del monstruo, imaginando a cierto semielfo en su lugar – eso está mejor, un golpe no muy noble pero efectivo – se alejó un par de pasos mientras lanzaba un último golpe, degollando a la criatura. Lanzó su escudo y su lanza al suelo y se acercó al hombre que descansaba apoyado en una roca cercana.

- ¡No me interesan tus consejos, maldito cerdo machista, y has de saber que Laranda es la mejor entrenadora que he podido tener y no permitiré que ningún bruto aparecido de no-sé-donde se atreva a insultarla sin ganarse un golpe no muy noble en aquel lugar aún menos noble que tienes!

Climene descargó toda su furia mientras golpeaba con sus puños el desprotegido pecho de Jápeto, logrando únicamente hacer sonreír al semielfo. El guerrero, que no parecía sentir los golpes de la pequeña guerrera, sujetó sus manos y atrajo la pequeña figura hacia a él; acercó su rostro al de la joven, llenándose de su aroma y de la suavidad de su piel.

- Dudo mucho que quieras golpearme en mis partes nobles, querida, o no podría satisfacerte como se debe cuando vayamos a descansar en nuestra cama después del entrenamiento – susurró justo sobre sus labios, disfrutando del sonrojo que cubrió el rostro de la semielfa, aunque por poco tiempo. Un rápido movimiento de la joven le dio poco tiempo para esquivar la patada que se dirigía precisamente al lugar amenazado, debiendo soltarla para escapar del castigo.

- Maldito pervertido, deja de acosarme o descubrirás que las chicas somos capaces de las más dolorosas torturas imaginables - Recogiendo rápidamente sus armas la guerrera se alejó rumbo al fuerte, decidida a poner distancia y mucha gente entre ella y el caballero. No le importaba lo bien que su cuerpo se amoldaba al de él cuando intentaba abrazarla, o su estúpida y hormonal reacción cuando lo sentía acercarse para ayudar en su entrenamiento, no caería ante los encantos del lobo, sin importar lo que tuviera que sacrificar para eso.

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(1) Quenya, Joya Estelar, una estrella mencionada en El Silmarillion de Tolkien.

(2) Sindarin, Estrella Oscura.

(3) Un cepo es un instrumento de tortura en el que la víctima es inmovilizada de pies y manos. Cuando se trataba de un castigo, el cepo se encontraba generalmente en la plaza del pueblo, para exponer al reo, servir de escarnio y someterlo a todo tipo de vejaciones, como el ser golpeado, escupido, insultado. En ocasiones, la plebe incluso orinaba y defecaba sobre el condenado.

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