sábado, 2 de enero de 2010

Capitulo 6

Recorrió con calma el camino oculto entre los árboles, dejando que la espesa neblina del pantano cubriera su figura. Llevaban varias horas rastreando al grupo de ignitas sobrevivientes, y se había separado del grupo deseoso de una buena matanza.

Se había encontrado con Climene unas horas antes del ataque, y escuchó pacientemente su quejas sobre la actitud del caballero que la acosaba, y luego de darle un par de consejos iba a acompañarla hasta Stone, donde se reuniría con un pequeño grupo con el que entrenaba, cuando el aviso del ataque ignita lo obligó a cambiar sus planes.

Y ver al maldito draugmorn partir en la misma dirección que había tomado su amiga, mientras ellos derramaban su sangre en sus tierras, lo llenó de una furia asesina que no había logrado aplacar durante toda la batalla. Sabía perfectamente la clase de hombre que era el guerrero, y no iba a permitir que su mejor amiga terminara en las garras de alguien demasiado parecido a sí mismo.

Voces femeninas llamaron su atención, desviando su camino hacia la playa que rodeaba el pantano. En el lugar encontró a dos esquelias, una bruja y una tiradora, desnudas, tratando sus heridas luego de un evidente baño en las heladas aguas.

Para ser exactos, las heridas ya habían pasado a segundo plano. Aquel llamado el maldito se encontró con una escena nunca antes vista por él en la zona de guerra: ambas jóvenes se acariciaban sensualmente, besándose con pasión mientras dejaban sus manos vagar por sus cuerpos.

Su cuerpo se endureció dolorosamente ante el espectáculo, sin siquiera pensar en el origen de sus protagonistas. Su cuerpo reaccionaba instintivamente ante el movimiento de las chicas, y el femenino olor que llegaba hasta él. Requirió más control del que creía tener para mantenerse oculto y no revelar su presencia a las jóvenes, esperando que acabara rápidamente y se revelara una muy elaborada trampa para hacer caer a cualquier (ardiente) incauto.

Y si era una trampa, las jóvenes estaban muy dedicadas a hacerlo caer en ella: sus manos comenzaron lentamente caricias más profundas, provocando fuertes gemidos que causaban en el bárbaro una extraña mezcla de placer y dolor. No pudo contener el gemido que nació al ver a la arquera acercar su boca al ardiente centro de su compañera.

Las jóvenes se detuvieron asustadas, observando a su alrededor, hasta encontrar la figura del semielfo entre los árboles. La sorpresa inicial fue reemplazada por la perversión y, mientras soltaba su cabello de fuego, la pequeña tiradora se acercó al guerrero con movimientos sensuales, disfrutando de la expresión de él ante la vista de su cuerpo desnudo.

Sujetó su martillo con fuerza, aún esperando un ataque sorpresa de cualquier enemigo escondido en las sombras. No retrocedió cuando la joven se detuvo frente a él, manteniéndose en guardia, hasta que la vio caer sobre sus rodillas, y trabajar hábilmente con las gruesas tiras de cuero que sujetaban sus perneras.

Contuvo el aliento, mientras la esquelia comenzaba a jugar con su miembro, acariciándolo con movimientos suaves, torturándolo con su aliento sobre él; el enorme martillo cayó de sus manos cuando sintió la cálida humedad de su boca rodearlo, logrando únicamente enredar sus dedos en el rojizo cabello para empujarla con fuerza hacia él.

Sin hacer caso a su sentido común, cerró los ojos mientras las manos de la bruja ignita se unían al trabajo de su compañera, batallando entre ellas por darle aquel agónico placer.

Tirando del negro cabello puso de pie a la bruja, para abalanzarse sobre ella con un beso duro y animal, mientras enterraba su mano en la entrepierna de la joven; con un grito la esquelia comenzó a cabalgar su mano, mientras él llevaba su hambrienta boca sobre uno de sus pechos, mordiendo y chupando hasta sacar lágrimas de placer en la joven, quien se derrumbó entre los temblores que aquel feroz orgasmo provocara en su pequeño cuerpo.

Desvió su atención al excelente trabajo que su otra enemiga realizaba sobre él, disfrutando la visión de su ardiente cabello caer sobre sus pechos. Con su lado más animal encendido y preparado, levantó a la chica y la empujó contra un árbol, golpeando sus pechos contra la dura corteza, mientras sujetaba sus caderas y se enterraba profundamente en ella. La joven comenzó a gritar, suplicando por su propia liberación entre las poderosas embestidas del bárbaro.

Sintiendo su propio final, apenas le permitió saborear su orgasmo a la arquera, separándose de ella y obligándola a arrodillarse y tomar su miembro en su boca. La esquelia comenzó a devorarlo con avidez y habilidad, mientras el guerrero quemaba sus manos en aquel largo cabello, enterrándose profundamente para liberar su semilla en su garganta.

La joven sonrió, lamiendo sus labios y saboreando su premio, mientras el cuchillo aparecía de ninguna parte y desgarraba su garganta. Con un grito de terror su compañera intentó levantarse y huir, pero el magnífico martillo cayó sobre ella, partiendo su cráneo.

Acomodó nuevamente su ropa y su armadura, limpió toda señal de su presencia y se alejó rumbo a tierras syrtenses, ya más relajado y satisfecho. El lobo regresaba a su cueva tras logrado una buena caza.

X - x - x - x - x

Caminaba tan rápido como se lo permitía su túnica, mientras aferraba su báculo pensando en los dolorosos usos que podría darle.

Ella, la tonta inocente, había creído que el pobre bárbaro estaba muriendo al verlo caer tras recibir ese horrible hechizo. Como cualquier estúpida enamorada se lanzó sobre él, le quitó la armadura y comenzó a evaluar y a sanar cada herida que encontró en aquel increíblemente formado pecho, dirigió a los jóvenes que llevaban a los heridos rumbo al castillo, para asegurarse de que viajara cómodo y sus heridas no se abrieran, y terminó durmiendo a su lado, preocupada por su salud.

¿Para qué? Para despertar esa mañana sola, y escuchar de boca de los guardias que su pobre paciente había salido temprano hacia el muro del reino. Ella era buena, pero era imposible que aquel tipo se recuperara tan rápido, a menos que no hubiese estado realmente mal desde un principio.

Oh, pero que se pusiera nuevamente en su camino, y ya vería de lo que era capaz de hacer. Le enseñaría que un báculo no sólo es útil para los hechizos, no señor. Un báculo puede generar mucho dolor, y no necesariamente por la magia.

Ananke no era capaz de contener su enojo, irradiándolo con su aura a quienes caminaban junto a ella, y que rápidamente comenzaban a buscar distancia por su propia seguridad. Ignoraba a todo y a todos, apenas deteniéndose para sentir los caballos pasar cerca de ella y salir de su camino.

Tan concentrada iba, pensando en los mejores métodos de tortura con un báculo, que no sintió al caballo que se acercó a ella lentamente, hasta que un par de fuertes brazos la levantaron, acomodándola en la montura, de espaldas a un fuerte y conocido pecho.

- ¿Me extrañaste, arwenamin? (1) – Chronos logró bloquear el golpe del báculo, aprovechando de quitárselo y colocarlo en un lugar más seguro (para él) – veo que sí me extrañaste – dijo riendo, mientras la acercaba más hacia él y rodeaba su cintura con sus brazos.

- Tanto como extrañarás no tener mi báculo en tu trasero, maldito imbécil. Yo preocupándome por ti mientras jugabas al enfermo para terminar desapareciendo sin que te viera.

- Oh, amor mío, adoro cuando te pones así, pero como no quiero probar los extraños usos de tu báculo, pido disculpas por mi desaparición. Simplemente recordé cuanto te molesta recorrer la zona de guerra para ayudar a nuestra gente, así que fui en busca de un regalo – dijo señalando hacia abajo.

Por primera vez la elfa puso atención a aquello sobre lo que estaba sentada. Un hermoso corcel de Syrtis, con su blanco pelaje brillando bajo el sol, los llevaba rumbo al fuerte. Sonrió mientras acariciaba el poderoso cuello, toda rabia desaparecida.

- ¿Cual es su nombre?

- El que tu quieras, amor – la maga sonrió con malicia.

- Qué mejor nombre que el del mayor animal que conozco – dijo mientras se inclinaba para abrazar el cuello del corcel - ¡Chronos!

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(1) Quenya, mi dama.

Capitulo 5

En cuanto se despertó, supo que no se encontraba en ninguno de los fuertes, ni mucho menos dentro del reino. No necesitó abrir los ojos para saber que se encontraba en un lugar cerrado, su olfato captó un leve olor a madera y humedad, y su oído le dijo que no se encontraba sola en aquel lugar.

Abrió los ojos despacio, dando un vistazo a su alrededor: un cuarto amplio, cavado directamente en la piedra y cubierto por madera para cubrir la frialdad de la cueva. Variados muebles, notoriamente hechos a mano, llenaban el lugar. La cama sobre la que se encontraba era bastante grande, con figuras talladas a mano que mostraban dedicación y esfuerzo en el trabajo; el colchón relleno de paja se sentía fresco y seco, tan cómodo que no le daban ganas de moverse o levantarse.

El lugar era una pequeña casa en un sólo cuarto: cerca de la cama encontró una pequeña mesa con un par de bancos, y un par de metros un pequeño sector acomodado como cocina; pero lo que realmente llamó su atención, fue el amplio sector cubierto de arcos de distintos tamaños y formas, decenas de cajas con todo tipo de flechas, herramientas especiales para el trabajo de la madera y, sentado en el suelo, sosteniendo un arco a medio terminar, un hombre al que no hubiese visto de no ser por el ligero movimiento de sus manos sobre la madera.

Lo único que vestía eran sus pantalones, dejando buena parte de su cuerpo a la vista; no parecía muy mayor, a lo sumo un par de años más que ella, pero muchas y variadas cicatrices cubrían su bien formado cuerpo, y un ligero bronceado le daba un ligero aire salvaje. Las manos con las que trabajaba en el arco parecían duras y ásperas, pero se movían con delicadeza y cuidado sobre la madera. Sólo cuando estas detuvieron su movimiento levantó su vista al rostro del hombre, para encontrar un par de profundos ojos negros observarla con ferocidad.

Elemmirë (1) se sonrojó, súbitamente conciente de encontrarse desnuda bajo la manta que la cobijaba, pero no desvió la mirada. Lo reconoció como el arquero que apareciera desde el bosque para atacar a los alsirios, poco antes de desmayarse por los ataques recibidos. Con cuidado comenzó a revisar los vendajes que cubrían sus heridas, evaluando el daño, hasta que un sonido similar a un gruñido la detuvo.

Levantó la vista para encontrar al joven de pie junto a la cama, observando detenidamente el movimiento de sus manos bajo la manta. Antes de poder sonrojarse nuevamente, el semielfo levantó la tela, dejándola desnuda ante sus ojos. El instinto de supervivencia más básico la llevo a intentar cubrirse con sus manos, pero sus muñecas fueron fuertemente sujetadas y llevadas sobre su cabeza, mientras él se inclinaba sobre ella.

Gilmorn (2) no podía detenerse, ver sus movimientos bajo la manta, y el recuerdo de la suavidad de su piel llenó su mente con oscuros pensamientos. Acercó su rostro al de ella, inhalando profundamente para llenar sus pulmones con su femenina esencia; sintió el estremecimiento del pequeño cuerpo bajo él cuando lamió suavemente la curva de su cuello, satisfaciendo la necesidad de conocer su sabor. Sus asustados movimientos lo llenaban de la más primitiva excitación, y sólo los suaves quejidos que escaparon de sus enrojecidos labios tras presionar su cuerpo sobre ella le recordaron las heridas de la pequeña arquera.

Se tomó un par de segundos para recuperar el control, mientras disfrutaba de la sensación de la proximidad de sus cuerpos, antes de erguirse y comenzar a revisar los vendajes y heridas de la semielfa, ignorando las quejas de la joven y sus intentos de cubrirse. Estirándose para tomar la manta arrugada a los pies de la cama comenzó a cubrirla, permitiéndose antes el placer de besar y lamer su vientre, la suave curva entre sus pechos y subir hasta su cuello.

Tomó su arco y algunas flechas, y salió a cazar algo para comer. Sólo tocar su cuerpo lo había excitado a un doloroso nivel, y necesitaba descargar sus energías o tomaría a la joven antes de que sus heridas sanaran, y se conocía demasiado bien para saber que no sería gentil ni delicado, aún si lo deseara.

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Embistió con ferocidad, elevando su martillo sobre las cabezas de sus enemigos, rompiendo un par de cráneos mientras lo dejaba caer. Junto a él un par de jóvenes guerreros se encargaban de rematar a los que dejaba heridos, mientras continuaba su carrera hacia el puente.

Llevaban cerca de una hora deteniendo a la oleada de ignitas que intentaban llegar al castillo, y Chronos ya comenzaba a resentir el esfuerzo realizado, y todo culpa de esa pequeña y terca elfa que intentaba conquistar.

¿Por qué demonios no podía ser como todos los conjuradores, y ayudar a sus aliados desde las últimas y más protegidas filas? Oh no, ella tenía que ser la salvadora del mundo, lanzándose con una simple barrera para rescatar al estúpido chiquillo que se lanzó antes de tiempo contra los enemigos, o para dar un par de protecciones extras a un arquero lo suficientemente malagradecido como para salir huyendo sin siquiera dar las gracias. En más de diez ocasiones se vio obligado a dejar la masacre que tenía entre manos para ir a salvar aquel lindo trasero y asegurarse de que la testaruda mujer se mantuviera en una pieza.

Se lanzó contra el último grupo, ansiando poder triturar otros pocos huesos antes que todo terminara, pero una enorme y candente roca cayó sobre él, provocándole algunas quemaduras y aturdiéndolo. Se detuvo un sólo segundo antes de lanzarse rabioso contra la insolente bruja, lo suficiente para ver la expresión de terror de su preciosa elfa, y un malvado pensamiento reemplazó al instinto asesino.

Con su traviesa sonrisa cubierta por el yelmo, soltó su martillo y llevó sus manos a su pecho, dejándose caer mientras sus enemigos cruzaban el puente. Vio a sus compañeros pasar a su lado, ignorando su actuación, dejándolo a solas con la pequeña maga que se arrodilló junto a él, intentando quitar su armadura para evaluar el daño.

Chronos comenzó a quejarse, decidido a vengarse de la preocupación que le causara la conjuradora, haciéndose la víctima y disfrutando de sus cuidados. Y mientras sentía las suaves manos moverse sobre su pecho, sanando sus heridas, decidió dejarse herir con más frecuencia a partir de ese momento.

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Fijó su único ojo en su oponente, preparando el golpe destinado a aturdirla. Se acercó, y evadiendo la larga lanza dejó caer su garrote sobre la pequeña figura.

- Levanta un poco más el brazo, estás absorbiendo los golpes con el brazo en vez del cuerpo – la masculina voz sorprendió al cíclope, quien bajó su guardia mientras buscaba el origen del sonido, permitiendo que la semielfa acertara el golpe de su lanza, provocándole una profunda herida – Debes tomar la lanza desde el centro, ¿quién demonios era tu entrenador? Deberían atarlo al cepo (3) por mal enseñar a nuestros jóvenes caballeros – dejó que todo su enojo se acumulara en su pie, mientras daba un preciso golpe a la entrepierna del monstruo, imaginando a cierto semielfo en su lugar – eso está mejor, un golpe no muy noble pero efectivo – se alejó un par de pasos mientras lanzaba un último golpe, degollando a la criatura. Lanzó su escudo y su lanza al suelo y se acercó al hombre que descansaba apoyado en una roca cercana.

- ¡No me interesan tus consejos, maldito cerdo machista, y has de saber que Laranda es la mejor entrenadora que he podido tener y no permitiré que ningún bruto aparecido de no-sé-donde se atreva a insultarla sin ganarse un golpe no muy noble en aquel lugar aún menos noble que tienes!

Climene descargó toda su furia mientras golpeaba con sus puños el desprotegido pecho de Jápeto, logrando únicamente hacer sonreír al semielfo. El guerrero, que no parecía sentir los golpes de la pequeña guerrera, sujetó sus manos y atrajo la pequeña figura hacia a él; acercó su rostro al de la joven, llenándose de su aroma y de la suavidad de su piel.

- Dudo mucho que quieras golpearme en mis partes nobles, querida, o no podría satisfacerte como se debe cuando vayamos a descansar en nuestra cama después del entrenamiento – susurró justo sobre sus labios, disfrutando del sonrojo que cubrió el rostro de la semielfa, aunque por poco tiempo. Un rápido movimiento de la joven le dio poco tiempo para esquivar la patada que se dirigía precisamente al lugar amenazado, debiendo soltarla para escapar del castigo.

- Maldito pervertido, deja de acosarme o descubrirás que las chicas somos capaces de las más dolorosas torturas imaginables - Recogiendo rápidamente sus armas la guerrera se alejó rumbo al fuerte, decidida a poner distancia y mucha gente entre ella y el caballero. No le importaba lo bien que su cuerpo se amoldaba al de él cuando intentaba abrazarla, o su estúpida y hormonal reacción cuando lo sentía acercarse para ayudar en su entrenamiento, no caería ante los encantos del lobo, sin importar lo que tuviera que sacrificar para eso.

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(1) Quenya, Joya Estelar, una estrella mencionada en El Silmarillion de Tolkien.

(2) Sindarin, Estrella Oscura.

(3) Un cepo es un instrumento de tortura en el que la víctima es inmovilizada de pies y manos. Cuando se trataba de un castigo, el cepo se encontraba generalmente en la plaza del pueblo, para exponer al reo, servir de escarnio y someterlo a todo tipo de vejaciones, como el ser golpeado, escupido, insultado. En ocasiones, la plebe incluso orinaba y defecaba sobre el condenado.