Presionó su cuerpo contra el suelo, ocultando su figura a la vista. Soltó su aliento con calma, regulando su respiración para no emitir sonido alguno. Se hizo uno con la naturaleza que lo rodeaba, mimetizándose con su entorno para impedir que cualquier mirada pudiera posarse sobre su cuerpo.
Observó a su presa con atención, fiereza, y seguridad.
Era joven, apenas superando la veintena. Su cabello negro estaba recogido sobre su cabeza y sostenido por dos varillas de madera, su cuerpo pequeño se movía con seguridad entre los árboles, sus piernas descubiertas se deslizaban sobre la hierba con suavidad, casi sin dejar rastro. Estaba atenta a su entorno, buscando cualquier amenaza mientras estudiaba a las criaturas frente a ella.
Se movió en silencio, acercándose más a la semielfa, mientras esta iniciaba su ataque al orco más fuerte del grupo. La vio debilitarlo, de forma rápida y certera, para luego iniciar un viejo cántico, palabras sutiles que penetraban la mente de la criatura, sometiéndola a su voluntad.
Domar una criatura requería mucha concentración y energía, pero la joven se dio un par de minutos para realizar un rastreo de enemigos antes de descansar bajo los árboles, acompañada de su nueva mascota. No presentía la presencia de enemigos, el viento sólo le traía los olores normales del bosque y la tierra estaba en calma, pero la sensación de una amenaza le oprimía el corazón.
Llevaba varios días en la Zona de Guerra, mayormente cazando en los bosques que rodeaban la muralla. En un par de ocasiones había encontrado con algunos enemigos de bajo nivel, a los que había logrado vencer o hacer huir a sus propios terrenos. En una ocasión un grupo de alsirios llegó a través de los Pasajes del Monte, burlando a los vigilantes de Algaros, pero había logrado fundirse con su entorno, camuflándose hasta encontrar a un grupo de aliados quienes se prepararon para el enfrentamiento con la información que les había proporcionado.
Había pasado por el campamento gitano esa mañana, buscando provisiones y nuevas noticias. Supo de la batalla librada el día anterior en Puente Blanco, la que luego llegó al fuerte Herbred. Ya se conocían los nombres de las bajas de dicho combate, y agradeció que ninguno de sus amigos o conocidos se encontrara en esa lista. Ya toda su familia había muerto durante la larga y desesperante guerra, y no deseaba perder a las pocas personas a quienes aún amaba.
Se levantó y realizó un nuevo sondeo de los alrededores. Debía llegar al mercado central antes del atardecer, para reparar su arco y conseguir nuevas flechas, por lo que comenzó una lenta carrera entre los árboles, hacia la Pradera del Valle; la enorme criatura corría tras ella, cubriéndola de cualquier ataque por la espalda.
Esperó a que se alejara un par de metros antes de moverse, manteniendo su cubierta de forma perfecta, pese a su agitación. La excitación de la caza, y de la perfección de su presa le embotaba los sentidos, y le obligaba a esforzarse más de lo normal para mantener su persecución.
Vio a la joven caer frente a él, y se maldijo por no ser capaz de bloquear sus emociones para comportarse como un verdadero cazador. Se tomó un segundo para identificar que amenazaba a su presa antes de entrar en acción.
Un tirador alsirio, pequeño y robusto había emboscado a la pequeña cazadora; junto a él, un brujo uthgar comenzaba su ataque a distancia, mientras dos bárbaros embestían contra la semielfa. Vio a la joven enviar al orco hacia el mago, esperando distraerlo mientras buscaba la seguridad de los árboles. Deshaciendo su perfecto camuflaje, emboscó al tirador mientras confundía al uthgar, y se preparaba para lanzar una lluvia de flechas sobre los guerreros.
Vio caer a la joven bajo el martillo del nordo. Algo primitivo se alzó dentro de él, que lo obligó a correr directamente contra el enemigo. Años luchando lejos de su tierra le habían entrenado en técnicas más allá de las tradicionales para un arquero, y era un prácticamente un experto en combate cuerpo a cuerpo, conociendo cada truco para ganar, aún peleando sucio.
Dio un golpe con su arco directo en el rostro del nordo, aturdiéndolo, mientras sacaba una flecha de su carcaj y la enterraba directo en su garganta. Sintió la espada del enano rasgando su muslo, y busco una nueva flecha, esperando lograr enterrarla entre los ojos del bárbaro.
Antes de terminar su ataque un fuerte bramido aturdió a los alsirios; vio a una pequeña guerrera lanzarse sobre el tirador, seguida de Jápeto, mientras su otro hermano despachaba al brujo. Con un rápido movimiento enterró la flecha que mantenía en su mano en el oído del bárbaro, y mientras lo veía caer la empujó con su pie para asegurarse que atravesara completamente su cabeza. Sintió una mano sobre la herida de su muslo, y lanzó un ataque con su arco antes de ver quien estaba junto a él.
Chronos bloqueó su golpe, interponiendo su cuerpo entre el cazador y la conjuradora. Gilmorn notó el movimiento protector de su hermano y simplemente se alejó de ellos, dirigiendo sus pasos a la joven arquera, que se encontraba semi-inconciente cerca de los árboles.
Ananké, sin prestar atención a los hombres (ni a que casi había sido golpeada por el cazador mientras intentaba curar su pierna), se acercó a la semielfa tendida cerca de ella. En el momento en que la tocaba, un sonido oscuro, profundo, se coló bajo su piel logrando estremecerla.
Climene se movió protectoramente frente a la elfa. Ese tipo les había gruñido. Un sonido completamente animal y amenazador, que iba dirigido a la conjuradora. Vio a Jápeto moverse sigilosamente entre ellas y el cazador, y sintió su brazo presionándola para que se alejara junto a la maga de la joven arquera.
La negra mirada siguió sus movimientos, esperando a que se alejaran lo suficiente de la semielfa para acercarse y cargarla en sus brazos. Con una última mirada al grupo, gruño una nueva advertencia y se fundió con la naturaleza, camuflándose ante sus ojos.
La guerrera y la conjuradora se movieron, intentando seguirlo con una protesta ya en sus bocas, pero los gemelos la detuvieron. Conocían demasiado bien a su hermano: los años cazando en territorios enemigos lo habían convertido en algo más animal que humano, y no serían ellos los que se interpusieran entre él y su presa.
Climene bufó, alejándose de los hermanos. Además de esa molesta actitud de macho obsesivo-posesivo-protector, desde hacía un par de horas se había visto obligada a soportar los consejos de Jápeto, quien parecía ver muchas fallas en su entrenamiento como guerrera y estaba entusiasmado con convertirse en su maestro particular. La semielfa no quería pensar en las posibles implicaciones ocultas en aquella frase, aunque tenía una idea de lo que él quería enseñarle, en realidad.
Ananké vio a la chica alejarse, seguida de un muy sonriente caballero, y comprendió que quedaba sola con el bárbaro. Volteó a mirarlo, encontrándose con una blanca sonrisa y la afilada mirada de un depredador.
- Genial, y yo aquí me quedo como la pobre damisela atrapada en el bosque con el lobo malo – ignoró la diversión del guerrero al oírla, y aferró su báculo con ambas manos, preparándose para atacar toda parte sensible ante cualquier movimiento amenazante del hombre.
jueves, 31 de diciembre de 2009
Capitulo 4
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