Pese a todos los pronósticos, salieron muy bien parados de la batalla contra los ignitas, aunque no necesariamente por mérito propio. Un grupo de guerreros provenientes desde Algaros sorprendió a los enemigos que asediaban el fuerte, obligándolos a replegarse a sus propias tierras, con muchas bajas entre los suyos.
Confiadas en que no verían a ningún enemigo en varios días, la mayor parte de las mujeres decidió darse un pequeño descanso, y bajaron a la Playa del Lago para refrescarse. Dejando sus ropas junto al pequeño muelle se metieron en las heladas aguas, intentando lavar el hedor a muerte que se arrastraba después de cada batalla.
Climene se sumergió, buscando aliviar el dolor de su hombro. Ananké había realizado un excelente trabajo con sus heridas, pero el malestar de la lesión aun permanecería durante algunos días. Comenzó a nadar lentamente a unos metros de la playa, escuchando a lo lejos la conversación de las otras mujeres.
Se sumergió nuevamente, intentando bloquear sus voces. Desde el día anterior de lo único que se hablaba era de los gemelos, de su búsqueda en el reino, y de cómo lograr llamar su atención. La semielfa no podía entender como esas mujeres podían estar tan desesperadas por liarse con un hombre y convertirse en hembra reproductora. Ella había pasado muchos años entrenándose, perfeccionando las técnicas enseñadas por su maestro, era una guerrera y estaba decidida a no caer como una adolescente enamorada ante el apuesto héroe de leyenda.
Agradeció cuando las otras se alejaron con sus cuchicheos de regreso al fuerte. Sin ganas de enfrentarse a lo que sabía le esperaba en aquel lugar, decidió disfrutar del agua por unas horas más, antes de tomar sus cosas y regresar a la seguridad del reino.
Un escalofrío la recorrió cuando daba la espalda al muelle para internarse más en el mar, y una extraña sensación de peligro la golpeó mientras se sumergía. Nadó durante varios minutos, tratando de sacar ese sentimiento de su mente, hasta que fue imposible de ignorar; con lentas brazadas se acercó al muelle, deteniéndose poco antes de llegar al lugar.
Apoyado contra el muelle, con su armadura descuidadamente desechada cerca de la ropa de la guerrera, se encontraba Jápeto. Había descartado su camisa junto al resto de las piezas de metal, y mantenía sobre su figura sus grises ojos, oscurecidos por el deseo. Aún debajo del agua Climene sintió la irresistible necesidad de cubrirse con las manos, al entender que inocentemente le había dado al guerrero un muy agradable espectáculo, por la notable excitación que se dejaba ver en lo ajustado de sus pantalones, a la altura de su cadera.
El aliento se atascó en la garganta. Necesitaba huir de ahí o algo muy malo ocurriría, pero era incapaz de salir del agua para buscar sus ropas. Entendía que dicha acción contenía más peligro que mantenerse quieta bajo el agua, bajo la ardiente mirada del semielfo. Una sonrisa depredadora se dibujó en el rostro de su enemigo, en el preciso momento en que una figura entró en el campo de visión de la guerrera, sobre el barranco.
- ¡LOBO! - el grito de la semielfa sobresaltó al guerrero en el muelle y al que corría sobre ellos. El bárbaro cambió el rumbo de su carrera, encaminándose hacia la joven.
- ¡Climene!, ¿qué demonios haces sola en un lugar como éste? - preguntó, antes de ver al guerrero junto al muelle. Los oscuros ojos chocaron con los plateados cargados de deseo y de furia, y reconoció de inmediato a quien enfrentaba. Sonrió ante el extraño humor del destino: un lobo maldito frente a un lobo oscuro.
Tomó el corto vestido de la guerrera y se adentró unos pasos en el agua, acercándose a la joven, moviéndose para que su cuerpo cubriera la pequeña figura de su amiga de la ansiosa mirada que seguía sus movimientos. Podía sentir la furia y los celos proveniente del otro semielfo, reconociendo al depredador, pero no era alguien fácil de intimidar, y no dejaría a la joven en las manos de alguien tan parecido a él.
En cuanto sintió la tela sobre su cuerpo la semielfa corrió hacia la orilla para tomar el resto de sus cosas y, sabiendo que era seguida por el bárbaro comenzó a moverse hacia el fuerte. Debía poner la mayor distancia posible entre ella y el caballero, antes de que sus nervios estallaran e hiciera algo de lo que seguramente se arrepentiría.
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Soltó un sonoro suspiro mientras revisaba las heridas de la pequeña bruja, asegurándose que no tendría secuelas a futuro. Sentía la mirada del bárbaro sobre ella, aunque no era capaz de encontrar su posición dentro del fuerte.
Estaba cansada. No sólo se había encargado de las heridas de casi la mitad de su gente (ya que el otro joven conjurador también había sido herido en batalla), la obsesiva (y opresiva) mirada del guerrero siguiéndola en todo momento no le había permitido descansar correctamente. Y en ella el cansancio significaba mal humor, y su mal humor pronosticaba una posible buena patada en las partes (no muy) nobles de cierto lobo oscuro.
Dejó a la alturian y, tomando su báculo, salió del fuerte buscando un poco de aire y de libertad. Se apoyó en una de las murallas y levantó su vista hacia el cielo. Cerró los ojos, para sentir el sonido del viento entre los árboles cercanos, el canto de las aves y, a lo lejos, el apagado sonido de las olas.
- Casi había olvidado lo hermosos que son las tardes en las praderas de nuestro reino – la profunda voz del bárbaro la sorprendió a su lado. Ni siquiera notó cuando se sentó a su lado, y ahora lo tenía justo a su derecha, sus ojos dorados fijos en su rostro, no en el cielo anaranjado.
Observó su media sonrisa, que daba a su rostro una expresión de niño planeando una travesura. Sus ojos estaban pegados a los suyos, pero estaba segura de que se las arreglaba para observar el resto de su anatomía. Estaba tan cerca que podía intuir la forma de sus músculos bajo la ropa de entrenamiento; el aroma a bosque, a hombre, comenzó a afectar sus sentidos. Un macho que exudaba ansias de pecaminosa lujuria, de sudores y lechos.
Se levantó rápidamente, espantada de sus pensamientos y su reacción ante aquel maldito guerrero.
- ¿Qué demonios crees que estás haciendo?, ¿acaso por ser de una familia reconocida te crees con el derecho de andar acosando a muchachas indefensas? - el semielfo agrandó su sonrisa.
- ¿Muchachas indefensas? Creo que fuiste tú quien dijo ayer que no eras una doncella en peligro ni nada similar. Y no te estoy acosando, esto es la Zona de Guerra, no puedo permitir que una hermosa y hábil conjuradora vague sola y desprotegida por este lugar – Ananké se sonrojó al llamarle hermosa, pero no se dejó encantar por sus palabras. Aferró su báculo con fuerza, mientras decidía si era mejor usarlo para golpearlo como había deseado antes, o marcharse dignamente sin prestarle más atención.
Antes de tomar su decisión, la pequeña figura de la semielfa se dejó ver, seguida de una de las figuras más reconocidas del reino. Lobo, llamado el maldito, caminaba detrás de la semielfa con aire protector, mientras le entregaba las partes de su armadura, que la joven iba colocándose mientras avanzaba.
- Maldito pervertido, animal, desgraciado cerdo machista acosador – la joven maldecía a viva voz mientras se acercaba al fuerte. Se detuvo al ver a la elfa y al guerrero de ojos dorados – Amin feuya ten'lle, Draugmorn (1) – le dijo al semielfo, con furia en los ojos, para luego seguir su camino rumbo al mercado. La conjuradora la siguió, deseosa de alejarse del bárbaro y de tener a alguien con quien compartir su malestar hacia los hermanos.
Los semielfos se observaron con desconfianza, reconociendo cada uno al guerrero que tenían al frente. Chronos estudiaba al bárbaro que había acompañado a la mujer de su hermano (porque, lo quisiera ella o no, Jápeto ya había la elegido como su compañera), intentando descifrar lo que representaba para la joven.
Lobo no se dejó intimidar por el sujeto que tenía frente a él. Como todos en el reino, había escuchado los rumores de los Draugmorn, y de las intenciones que tenían. Climene era una de sus mejores amigas, una de las pocas con quienes podía conversar en paz, alejando su mente de la guerra, y no estaba dispuesto a permitir que un hombre como Jápeto o su hermano se aprovechara de ella.
La voz de un conjurador conocido llamó su atención hacia el fuerte, y se encaminó a la puerta sin dejar de mirar a su presa. Sólo cuando cruzó frente a los guardias desvió su mirada, aún sintiendo la tensión que emanaba del otro guerrero.
El bárbaro se levantó con lentitud, sabiendo que su hermano estaba por aparecer. Cuando llegó junto a él, se movieron al unísono, sin necesidad de intercambiar palabras, rumbo al mercado. Ambos tenían claros sus objetivos, quienes caminaban inocentemente en un terreno peligroso, confiadas en que no serían lo suficientemente persistentes para perseguirlas sin importar hacia dónde se dirigieran.
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(1) Te detesto, Lobo Oscuro.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Capitulo 3
lunes, 2 de noviembre de 2009
Capitulo 2
Cap. 2
Retuvo el aire en sus pulmones durante un tiempo antes de dejarlo salir. En cuanto cruzaron el Puente Blanco una sensación de peligro los había bañado, por lo que el grupo detuvo su marcha para asegurar el lugar ante una posible batalla. Los tres guerreros más experimentados se adelantaron un par de metros, formando una primera línea de ataque y defensa. Un poco más atrás se colocaron los arqueros y brujos, semiprotegidos los más jóvenes guerreros del grupo.
Ananke se quedó en el extremo ignita del puente, junto a un muy joven alturian y a un conjurador de bastante experiencia, que ya había visto en un par de salidas previas a la Zona de Guerra. Gotten les daba un par de consejos, en especial sobre como mantenerse con vida para poder apoyar a sus aliados. Frente a ellos vio a la pequeña guerrera del grupo, en posición defensiva, protegiéndolos con su escudo.
La joven elfa no había prestado mucha atención a las conversaciones del grupo. En cuanto llegó al mercado lo primero que notó fue el cuchicheo de las dos tiradoras, que miraban embelezadas a los guerreros de más experiencia del grupo. Un par de chiquillas hormonales repitiendo chismes de pueblo, sobre un antiguo linaje y guerreros buscando mujeres para perpetuar su familia. Ella era distinta, una mujer práctica que no se permitía caer rendida ante un hombre, y que prefería mantener su mente ocupada en cosas realmente importantes, como los hechizos de protección y los cantos de sanación más poderosos de su clase.
Mientras se dirigían al Puente, pudo notar las diferencias entre los guerreros mayores y sus compañeros. Corrían a paso seguro, con un ritmo poco cansador, y aunque mantenían la vista fija al frente estaba segura de que estaban atento a todo lo que ocurría a su alrededor. En sus movimientos mostraban la confianza ganada en años de guerra, y que evidentemente era lo que les permitiría salir vivos de la batalla que se venía.
Miró a sus compañeros, segura de que con suerte la mitad de ellos volvería a sus tierras. La diferencia era abrumadora, los chicos que los acompañaban jamás habían participado en un combate real, y sabía que ni aún con su mejor esfuerzo podría ayudarlos a todos en el momento de necesidad.
El grito del bárbaro anuncio la llegada de sus enemigos, el nerviosismo se hizo presente en las filas. Un par de flechas salieron antes de que la orden fuera dada, y comenzó el pandemónium. Bajo el aura protectora de la semielfa, comenzaron a lanzar hechizos, salvaguardas y protecciones a sus aliados, mientras buscaban a los que pudieran estar heridos y necesitar su ayuda.
Un agudo grito le hizo desviar la mirada de la zona de combate, para encontrar a la pequeña alturian en el suelo, atacada por dos bárbaros ignitas. Mientras conjuraba una barrera sobre sí misma y corría hacia la niña, vio a la semielfa interponerse entre la maga y sus atacantes, bloqueando los poderosos golpes de sus enemigos.
Arrastró a la pequeña un par de metros y comenzó a evaluar el daño, preparando una curación superficial que les permitiera huir del peligro. Mientras calmaba a la niña, vio a la guerrera tambalear al ser alcanzada por una flecha encendida; aunque logró bloquear el golpe de espada, el martillo de uno de los esquelios dio sobre el hombro, haciendo crujir los huesos bajo la armadura.
La semielfa gritó una orden, y Ananke ayudó a la joven maga a levantarse para salir del lugar, mientras se preparaba para ayudar a la guerrera. Pero antes de poder lanzar su primer hechizo, vio la imponente figura del bárbaro lanzarse sobre los esquelios y derribarlos con un simple movimiento de su martillo, mientras uno de los caballeros tomaba a la joven en brazos y corría al otro lado del puente.
Mientras invocaba una serie de salvaguardas sobre el caballero y su carga, sintió la fuerte pero gentil mano del bárbaro sobre su brazo, mientras la obligaba a correr hacia el fuerte más cercano. Comenzó a maldecir su larga túnica, intentando seguir sin éxito el paso del guerrero, hasta que finalmente este se detuvo para tomarla y cargarla sobre su hombro.
- Bien, esto no es lo que esperaba cuando en las historias hablan del rescate de la damisela en apuros – comentó mientras apoyaba sus manos en la espalda del bárbaro para acomodarse un poco. Sintió su masculina risa vibrar en su cuerpo, y se sonrojó. Se maldijo internamente, ya que no le gustaba el sentimiento de indefensión (1) que le daba la posición y la seguridad del guerrero. La sostenía con su brazo firme sobre sus nalgas, dejándola demasiado conciente del movimiento de sus dedos sobre su trasero – No te rías demasiado, por muy conjuradora que sea, soy capaz de mostrarte que puedo tener muy poco de damisela en apuros cuando me molestan – el semielfo volvió a reír, mientras apretaba el abrazo alrededor de las piernas de la elfa y embestía hacia la puerta de fuerte.
Chronos (2) había regresado a su tierra por sus hermanos, aunque no estaba realmente interesado en cumplir aquel viejo juramento a su padre. Esperaba que su gemelo o su hermano menor encontraran a una mujer y se hicieran cargo de aquel trabajo, para poder regresar tranquilamente a lo único que sabía hacer: arriesgar su vida en batalla.
En el corto tiempo que llevaban rondando los fuertes de su reino no había prestado atención a ninguna mujer que se hubiese cruzado en su camino. Y no era porque hubiese algo mal en él, sino simplemente no había nada en las mujeres que le rodeaban que le llamase la atención.
Hasta que vio a la elfa. A diferencia de muchos conjuradores, que se quedaban protegidos entre las filas posteriores, la vio alejarse del grupo para atender a una bruja caída y dar apoyo a una pequeña guerrera. Había notado también las protecciones y hechizos que utilizaba iban directamente a guerreros, pero no a los arqueros o magos del grupo. La había visto adelantarse entre las filas para intervenir a un guerrero o curar a la distancia a otro, realizando arriesgadas maniobras para una conjuradora.
Cuando su hermano dejó de atacar para correr hacia la pequeña guerrera que caía antes dos jóvenes esquelios mientras le daba tiempo a la conjuradora para huir, embistió furiosamente y cayó sobre sus enemigos con un preciso golpe que los arrojó al suelo, aturdiéndolos. Pero en vez de correr hacia la seguridad del reino, la elfa lo sorprendió al detenerse para lanzar fuertes salvaguardas sobre su hermano. Sujetó uno de sus brazos y la obligó a cruzar el puente a la carrera, pero al notar que la joven no era capaz de seguir su paso hizo lo más rápido y práctico para él, cargándola sobre su hombro como un bulto.
Escuchó la extraña frase con tintes de broma de los labios de la maga, y no pudo más que reír ante la imagen que ella le presentaba. Ignoró su posterior reclamo y embistió hacia el fuerte, cruzando sus puertas antes de que los guardias las cerraran para preparar su defensa.
Con cuidado dejó a la conjuradora segura sobre sus pies, y la vio alejarse de él con el rostro sonrojado, alisando inexistentes arrugas en su túnica y maldiciendo por lo bajo. Rió nuevamente al verla empujar a su hermano para atender las heridas de la semielfa, mientras intentaba ignorar a los gemelos que se erguían sobre ella.
- Tú sólo ignóralos – le dijo a la joven mientras colocaba el hombro en su lugar – ya vi como actúan, y tienen el clásico complejo de macho heroico que espera alabanza por sus actos. Cuando vean que su alarde de hormonas no nos impresiona se aburrirán y buscarán a otras a quienes molestar.
Los hermanos intercambiaron una mirada divertida al escuchar a la elfa. Sólo con los labios repitieron las frases complejo de macho y alarde de hormonas, y con un gesto cómplice se alejaron de las mujeres. Chronos notó que, aún con los enemigos en las puertas del fuerte, su hermano mantenía su mirada en las (heridas) piernas de la semielfa. Él simplemente se dio el tiempo para ver el trabajo de la conjuradora. Era joven, y evidentemente no había visto aún demasiadas batallas, pero tenía valor, actuaba de una forma extraña para su clase, pero hacía su trabajo con la dedicación y seguridad de los más experimentados.
Quizás, volver a su tierra no había sido tan mala idea.
(1) Indefensión es una condición psicológica en la que un sujeto aprende a creer que está indefenso, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga es inútil
(2) En los mitos griegos, Chronos era el dios de las Edades (desde la Dorada hasta la de Bronce) y del zodiaco. Surgió al principio de los tiempos formado por sí mismo como un ser incorpóreo y serpentino con tres cabezas: de hombre, de toro y de león. Se entrelazó con su compañera Ananke (la Inevitabilidad) en una espiral en torno al huevo primigenio y lo separó, formando el universo ordenado de la tierra, el mar y el cielo.
Capítulo 1
Cap. 1
Trotó suavemente entre los árboles que rodeaban el alto muro del reino, siguiendo las señales que su maestro le había dicho que encontraría. Era su segunda salida a la llamada Zona de Guerra, y se dirigía al mercado central, cerca del fuerte Herbred, para reunirse con un pequeño batallón que preparaba una avanzada a tierras ignitas para evaluar sus movimientos en la frontera.
Lo vio poco antes de llegar al Altar de la Tierra (1) al cual los guerreros encomendaban sus almas. Se encontraba de pie en una pequeña colina no muy alejada, acompañado de un bárbaro y otro caballero. La negra marca de los draugmorn (2) resaltaba sobre su plateado escudo.
Un Lobo Oscuro. Uno de los últimos miembros de una de las más antiguas casas élficas de Syrtis.
Había oído de ellos de boca de su maestro. Los últimos miembros de dicha casta, tres semielfos, hermanos de sangre, alma y juramento, que se habían mantenido lejos de su hogar, luchando en nombre de la República en las violentas tierras enemigas. Habían pasado años desde que se les viera por última vez en cualquier fuerte de Syrtis.
Y había oído también los rumores en Raeraia, antes de salir. Los tres hermanos habían regresado para cumplir un juramento a su padre. De acuerdo a lo comentado por muchos, regresaban para encontrar alguna mujer, una compañera con la cual mantener el antiguo linaje.
Andaban detrás de madres para sus hijos.
Climene desvió su mirada del guerrero para dirigirse al pequeño grupo de avanzada, en el preciso instante en que el alto caballero posaba sus ojos en los jóvenes guerreros. Las mujeres eran escasas entre las filas syrtenses, y este grupo no era la excepción. Dos arqueras, elfas de espigada figura, se mantenían juntas, observando tímidamente a sus compañeros de armas. Una alturian, demasiado joven para participar en una guerra, sostenía su báculo con fuerza, como un apoyo para superar el temor al que se enfrentaba. A su lado una elfa de mediana estatura se erguía en un intento de protegerla de las miradas de los varones del grupo.
Aquella imagen había repetido constantemente desde que volviera a su tierra. La mayor parte de los más experimentados guerreros habían caído en batalla. Muchos de los que quedaban vivos habían decidido retirarse, y comenzar una vida familiar y segura dentro de las altas murallas, dejando sólo a unos pocos para guiar y enseñar a los jóvenes que hoy se enfrentaban a la crueldad de una guerra interminable.
Comenzaba a pensar que con sus hermanos, habían dejado pasar demasiado tiempo antes de regresar para cumplir el juramento a su padre. Ninguno de ellos consideraba factible el unirse a una mujer común, alguien que no hubiese estado en guerra. Su linaje era uno de los más antiguos del reino, y deseaban mujeres fuertes para continuar su casta. Pero la juventud e inexperiencia que lo rodeaba lo aturdía. La mitad de aquellos niños (sobre todo las mujeres) moriría antes de terminar la semana, y era imposible hacer algo para evitarlo.
Y entonces a vio. Una pequeña figura enfundada en una pesada y plateada armadura... o casi. No sabía si reír o preocuparse del descaro de la semielfa a su negativa de cubrir sus piernas con la protección de un par de perneras de combate.
- ¿Están locos? - escuchó su voz, al responder ante las bromas del grupo – son horribles y pesadas, me raspan las piernas y termino con machucones y morados por todas partes. Además, corro horriblemente lento con esas atrocidades puestas. No, gracias, adoro el aire fresco en mis piernas y no hay nada que me haga cambiar de opinión.
La vio reír junto al grupo ante su respuesta, y tuvo que resistir la tentación de acercarse a la joven. Pese a su baja estatura se veía fuerte, ágil, y se podía ver un carácter templado a fuego lento en ella. Incapaz de desviar la mirada de sus descubiertas piernas siguió sus movimientos a través del mercado, mientras se reunía con el pequeño grupo independiente que habían formado las otras mujeres. Dejo descansar su brazo, apoyando su escudo en su pierna, permitiéndole ver el emblema grabado en él: Lothmalt (3), la flor dorada, otro linaje elfico prácticamente perdido gracias a la guerra.
El lobo sonrió. Había encontrado a su presa.
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Se quedó de pie frente a los pocos conjuradores del grupo, preparando su energía para invocar las protecciones necesarias para mantener a los magos a salvo de los enemigos. O al menos lo intentaba. Durante todo el camino hacia puente blanco sintió la potente mirada de un par de ojos grises sobre ella. O bajo ella, ya que estaba segura de que aquella mirada no se había separado de sus piernas.
Jápeto (4). Ese era el nombre con el que lo había llamado el guerrero junto a él. El sorprendente parecido le permitió saber que eran hermanos, gemelos, diferenciados sólo por el color de sus ojos: plateados los del caballero, dorados en el bárbaro.
Y Jápeto era la causa de que comenzara a extrañar las perneras, abandonadas en su casa en Dohsim. Aunque le agradaba atraer las miradas de otros guerreros, aumentando su ego, la potencia, ferocidad y posesión en los ojos de aquel caballero la abrumaba. Era casi como si estuviese usando sus manos en vez de la mirada para recorrer las esbeltas columnas que la unían a la tierra. Una sensación que le hacía difícil respirar y concentrarse, algo sumamente peligroso a minutos de entrar en una batalla.
Lo vio avanzar junto a su hermano y al otro caballero que viese en el mercado, y trató de no quedarse admirando su largo y negro cabello y la varonil figura que se adivinaba bajo la armadura.
- ¡Deja de mirarlo! - se regañó mentalmente – a esos hombres les interesa sólo una cosa, y no estas dispuesta a ser yegua de cría de ningún maldito macho syrtense. Saliendo de esta batalla te mandas a cambiar lo más lejos posible de cualquier cosa que recuerde a un maldito lobo – afirmando con fuerza su escudo desvió su mirada al grupo de magos a su espalda. Un muy joven alturian, y una elfa de casi su edad eran acompañados por un conjurador de más experiencia. Ella había decidido quedarse detrás de la línea de combate, para poder tener mejores oportunidades de defender a los conjuradores de cualquier daño enemigo.
El oscuro bárbaro gritó pidiendo las cabezas de sus enemigos, en el preciso momento en que una veintena de ignitas se acercaba rápidamente hacia el puente. Rayos y candentes rocas comenzaron a caer del cielo, una tormenta de flechas llovía sobre ambos bandos, y el sonido del entrechocar de las armas de los guerreros resonaba a su alrededor.
Un agudo grito a su izquierda le permitió encontrar a la joven bruja alturian herida cerca del agua, asediada por un par de jóvenes bárbaros enemigos. Rápidamente se puso entre la niña y el ataque de los esquelios, concentrando su fuerza en su brazo para bloquear ambos golpes. Dio una patada a uno de sus enemigos, mientras hacía una finta al otro, para luego poner un poco de distancia entre ellos. Justo a su espalda, la rubia elfa comenzaba a sanar las heridas de la niña maga bajo la protección de su escudo.
Mientras los guerreros se levantaban, una candente flecha rozó su muslo, logrando que perdiera su equilibrio. Aunque el grito de las jóvenes le advirtió del ataque que llegaba desde el frente, apenas si logró desviar la espada del más joven de sus enemigos, recibiendo el golpe del martillo sobre su hombro izquierdo. El escudo cayó desde su brazo inerte, mientras ella gritaba una orden para las dos magas, obligándolas a salir del lugar. El martillo golpeó nuevamente, esta vez sobre la herida de su muslo, y cerró los ojos mientras la espada se levantó sobre ella.
El grito estrangulado de los jóvenes fue lo único que escuchó mientras sentía que era alzada por dos fuertes brazos y sacada del lugar. Un olor masculino, de bosque y madreselva le golpeó los sentidos, y al abrir sus ojos se encontró con una plateada y posesiva mirada.
- Maldita sea mi suerte – masculló, sintiendo el abrazo del guerrero apretarse sobre ella.
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(1) El Save
(2) Sindarín, lobo negro.
(3) Sindarín, flor dorada.
(4) Japeto, titán griego hijo de Urano, esposo de la oceánide Climene.