lunes, 2 de noviembre de 2009

Capítulo 1

Cap. 1


Trotó suavemente entre los árboles que rodeaban el alto muro del reino, siguiendo las señales que su maestro le había dicho que encontraría. Era su segunda salida a la llamada Zona de Guerra, y se dirigía al mercado central, cerca del fuerte Herbred, para reunirse con un pequeño batallón que preparaba una avanzada a tierras ignitas para evaluar sus movimientos en la frontera.

Lo vio poco antes de llegar al Altar de la Tierra (1) al cual los guerreros encomendaban sus almas. Se encontraba de pie en una pequeña colina no muy alejada, acompañado de un bárbaro y otro caballero. La negra marca de los draugmorn (2) resaltaba sobre su plateado escudo.

Un Lobo Oscuro. Uno de los últimos miembros de una de las más antiguas casas élficas de Syrtis.

Había oído de ellos de boca de su maestro. Los últimos miembros de dicha casta, tres semielfos, hermanos de sangre, alma y juramento, que se habían mantenido lejos de su hogar, luchando en nombre de la República en las violentas tierras enemigas. Habían pasado años desde que se les viera por última vez en cualquier fuerte de Syrtis.

Y había oído también los rumores en Raeraia, antes de salir. Los tres hermanos habían regresado para cumplir un juramento a su padre. De acuerdo a lo comentado por muchos, regresaban para encontrar alguna mujer, una compañera con la cual mantener el antiguo linaje.

Andaban detrás de madres para sus hijos.

Climene desvió su mirada del guerrero para dirigirse al pequeño grupo de avanzada, en el preciso instante en que el alto caballero posaba sus ojos en los jóvenes guerreros. Las mujeres eran escasas entre las filas syrtenses, y este grupo no era la excepción. Dos arqueras, elfas de espigada figura, se mantenían juntas, observando tímidamente a sus compañeros de armas. Una alturian, demasiado joven para participar en una guerra, sostenía su báculo con fuerza, como un apoyo para superar el temor al que se enfrentaba. A su lado una elfa de mediana estatura se erguía en un intento de protegerla de las miradas de los varones del grupo.

Aquella imagen había repetido constantemente desde que volviera a su tierra. La mayor parte de los más experimentados guerreros habían caído en batalla. Muchos de los que quedaban vivos habían decidido retirarse, y comenzar una vida familiar y segura dentro de las altas murallas, dejando sólo a unos pocos para guiar y enseñar a los jóvenes que hoy se enfrentaban a la crueldad de una guerra interminable.

Comenzaba a pensar que con sus hermanos, habían dejado pasar demasiado tiempo antes de regresar para cumplir el juramento a su padre. Ninguno de ellos consideraba factible el unirse a una mujer común, alguien que no hubiese estado en guerra. Su linaje era uno de los más antiguos del reino, y deseaban mujeres fuertes para continuar su casta. Pero la juventud e inexperiencia que lo rodeaba lo aturdía. La mitad de aquellos niños (sobre todo las mujeres) moriría antes de terminar la semana, y era imposible hacer algo para evitarlo.

Y entonces a vio. Una pequeña figura enfundada en una pesada y plateada armadura... o casi. No sabía si reír o preocuparse del descaro de la semielfa a su negativa de cubrir sus piernas con la protección de un par de perneras de combate.

- ¿Están locos? - escuchó su voz, al responder ante las bromas del grupo – son horribles y pesadas, me raspan las piernas y termino con machucones y morados por todas partes. Además, corro horriblemente lento con esas atrocidades puestas. No, gracias, adoro el aire fresco en mis piernas y no hay nada que me haga cambiar de opinión.

La vio reír junto al grupo ante su respuesta, y tuvo que resistir la tentación de acercarse a la joven. Pese a su baja estatura se veía fuerte, ágil, y se podía ver un carácter templado a fuego lento en ella. Incapaz de desviar la mirada de sus descubiertas piernas siguió sus movimientos a través del mercado, mientras se reunía con el pequeño grupo independiente que habían formado las otras mujeres. Dejo descansar su brazo, apoyando su escudo en su pierna, permitiéndole ver el emblema grabado en él: Lothmalt (3), la flor dorada, otro linaje elfico prácticamente perdido gracias a la guerra.

El lobo sonrió. Había encontrado a su presa.


x - x - x - x


Se quedó de pie frente a los pocos conjuradores del grupo, preparando su energía para invocar las protecciones necesarias para mantener a los magos a salvo de los enemigos. O al menos lo intentaba. Durante todo el camino hacia puente blanco sintió la potente mirada de un par de ojos grises sobre ella. O bajo ella, ya que estaba segura de que aquella mirada no se había separado de sus piernas.

Jápeto (4). Ese era el nombre con el que lo había llamado el guerrero junto a él. El sorprendente parecido le permitió saber que eran hermanos, gemelos, diferenciados sólo por el color de sus ojos: plateados los del caballero, dorados en el bárbaro.

Y Jápeto era la causa de que comenzara a extrañar las perneras, abandonadas en su casa en Dohsim. Aunque le agradaba atraer las miradas de otros guerreros, aumentando su ego, la potencia, ferocidad y posesión en los ojos de aquel caballero la abrumaba. Era casi como si estuviese usando sus manos en vez de la mirada para recorrer las esbeltas columnas que la unían a la tierra. Una sensación que le hacía difícil respirar y concentrarse, algo sumamente peligroso a minutos de entrar en una batalla.

Lo vio avanzar junto a su hermano y al otro caballero que viese en el mercado, y trató de no quedarse admirando su largo y negro cabello y la varonil figura que se adivinaba bajo la armadura.

- ¡Deja de mirarlo! - se regañó mentalmente – a esos hombres les interesa sólo una cosa, y no estas dispuesta a ser yegua de cría de ningún maldito macho syrtense. Saliendo de esta batalla te mandas a cambiar lo más lejos posible de cualquier cosa que recuerde a un maldito lobo – afirmando con fuerza su escudo desvió su mirada al grupo de magos a su espalda. Un muy joven alturian, y una elfa de casi su edad eran acompañados por un conjurador de más experiencia. Ella había decidido quedarse detrás de la línea de combate, para poder tener mejores oportunidades de defender a los conjuradores de cualquier daño enemigo.

El oscuro bárbaro gritó pidiendo las cabezas de sus enemigos, en el preciso momento en que una veintena de ignitas se acercaba rápidamente hacia el puente. Rayos y candentes rocas comenzaron a caer del cielo, una tormenta de flechas llovía sobre ambos bandos, y el sonido del entrechocar de las armas de los guerreros resonaba a su alrededor.

Un agudo grito a su izquierda le permitió encontrar a la joven bruja alturian herida cerca del agua, asediada por un par de jóvenes bárbaros enemigos. Rápidamente se puso entre la niña y el ataque de los esquelios, concentrando su fuerza en su brazo para bloquear ambos golpes. Dio una patada a uno de sus enemigos, mientras hacía una finta al otro, para luego poner un poco de distancia entre ellos. Justo a su espalda, la rubia elfa comenzaba a sanar las heridas de la niña maga bajo la protección de su escudo.

Mientras los guerreros se levantaban, una candente flecha rozó su muslo, logrando que perdiera su equilibrio. Aunque el grito de las jóvenes le advirtió del ataque que llegaba desde el frente, apenas si logró desviar la espada del más joven de sus enemigos, recibiendo el golpe del martillo sobre su hombro izquierdo. El escudo cayó desde su brazo inerte, mientras ella gritaba una orden para las dos magas, obligándolas a salir del lugar. El martillo golpeó nuevamente, esta vez sobre la herida de su muslo, y cerró los ojos mientras la espada se levantó sobre ella.

El grito estrangulado de los jóvenes fue lo único que escuchó mientras sentía que era alzada por dos fuertes brazos y sacada del lugar. Un olor masculino, de bosque y madreselva le golpeó los sentidos, y al abrir sus ojos se encontró con una plateada y posesiva mirada.

- Maldita sea mi suerte – masculló, sintiendo el abrazo del guerrero apretarse sobre ella.


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(1) El Save
(2) Sindarín, lobo negro.
(3) Sindarín, flor dorada.
(4) Japeto, titán griego hijo de Urano, esposo de la oceánide Climene.

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