jueves, 5 de noviembre de 2009

Capitulo 3

Pese a todos los pronósticos, salieron muy bien parados de la batalla contra los ignitas, aunque no necesariamente por mérito propio. Un grupo de guerreros provenientes desde Algaros sorprendió a los enemigos que asediaban el fuerte, obligándolos a replegarse a sus propias tierras, con muchas bajas entre los suyos.

Confiadas en que no verían a ningún enemigo en varios días, la mayor parte de las mujeres decidió darse un pequeño descanso, y bajaron a la Playa del Lago para refrescarse. Dejando sus ropas junto al pequeño muelle se metieron en las heladas aguas, intentando lavar el hedor a muerte que se arrastraba después de cada batalla.

Climene se sumergió, buscando aliviar el dolor de su hombro. Ananké había realizado un excelente trabajo con sus heridas, pero el malestar de la lesión aun permanecería durante algunos días. Comenzó a nadar lentamente a unos metros de la playa, escuchando a lo lejos la conversación de las otras mujeres.

Se sumergió nuevamente, intentando bloquear sus voces. Desde el día anterior de lo único que se hablaba era de los gemelos, de su búsqueda en el reino, y de cómo lograr llamar su atención. La semielfa no podía entender como esas mujeres podían estar tan desesperadas por liarse con un hombre y convertirse en hembra reproductora. Ella había pasado muchos años entrenándose, perfeccionando las técnicas enseñadas por su maestro, era una guerrera y estaba decidida a no caer como una adolescente enamorada ante el apuesto héroe de leyenda.

Agradeció cuando las otras se alejaron con sus cuchicheos de regreso al fuerte. Sin ganas de enfrentarse a lo que sabía le esperaba en aquel lugar, decidió disfrutar del agua por unas horas más, antes de tomar sus cosas y regresar a la seguridad del reino.

Un escalofrío la recorrió cuando daba la espalda al muelle para internarse más en el mar, y una extraña sensación de peligro la golpeó mientras se sumergía. Nadó durante varios minutos, tratando de sacar ese sentimiento de su mente, hasta que fue imposible de ignorar; con lentas brazadas se acercó al muelle, deteniéndose poco antes de llegar al lugar.

Apoyado contra el muelle, con su armadura descuidadamente desechada cerca de la ropa de la guerrera, se encontraba Jápeto. Había descartado su camisa junto al resto de las piezas de metal, y mantenía sobre su figura sus grises ojos, oscurecidos por el deseo. Aún debajo del agua Climene sintió la irresistible necesidad de cubrirse con las manos, al entender que inocentemente le había dado al guerrero un muy agradable espectáculo, por la notable excitación que se dejaba ver en lo ajustado de sus pantalones, a la altura de su cadera.

El aliento se atascó en la garganta. Necesitaba huir de ahí o algo muy malo ocurriría, pero era incapaz de salir del agua para buscar sus ropas. Entendía que dicha acción contenía más peligro que mantenerse quieta bajo el agua, bajo la ardiente mirada del semielfo. Una sonrisa depredadora se dibujó en el rostro de su enemigo, en el preciso momento en que una figura entró en el campo de visión de la guerrera, sobre el barranco.

- ¡LOBO! - el grito de la semielfa sobresaltó al guerrero en el muelle y al que corría sobre ellos. El bárbaro cambió el rumbo de su carrera, encaminándose hacia la joven.

- ¡Climene!, ¿qué demonios haces sola en un lugar como éste? - preguntó, antes de ver al guerrero junto al muelle. Los oscuros ojos chocaron con los plateados cargados de deseo y de furia, y reconoció de inmediato a quien enfrentaba. Sonrió ante el extraño humor del destino: un lobo maldito frente a un lobo oscuro.

Tomó el corto vestido de la guerrera y se adentró unos pasos en el agua, acercándose a la joven, moviéndose para que su cuerpo cubriera la pequeña figura de su amiga de la ansiosa mirada que seguía sus movimientos. Podía sentir la furia y los celos proveniente del otro semielfo, reconociendo al depredador, pero no era alguien fácil de intimidar, y no dejaría a la joven en las manos de alguien tan parecido a él.

En cuanto sintió la tela sobre su cuerpo la semielfa corrió hacia la orilla para tomar el resto de sus cosas y, sabiendo que era seguida por el bárbaro comenzó a moverse hacia el fuerte. Debía poner la mayor distancia posible entre ella y el caballero, antes de que sus nervios estallaran e hiciera algo de lo que seguramente se arrepentiría.

x - x - x - x - x

Soltó un sonoro suspiro mientras revisaba las heridas de la pequeña bruja, asegurándose que no tendría secuelas a futuro. Sentía la mirada del bárbaro sobre ella, aunque no era capaz de encontrar su posición dentro del fuerte.

Estaba cansada. No sólo se había encargado de las heridas de casi la mitad de su gente (ya que el otro joven conjurador también había sido herido en batalla), la obsesiva (y opresiva) mirada del guerrero siguiéndola en todo momento no le había permitido descansar correctamente. Y en ella el cansancio significaba mal humor, y su mal humor pronosticaba una posible buena patada en las partes (no muy) nobles de cierto lobo oscuro.

Dejó a la alturian y, tomando su báculo, salió del fuerte buscando un poco de aire y de libertad. Se apoyó en una de las murallas y levantó su vista hacia el cielo. Cerró los ojos, para sentir el sonido del viento entre los árboles cercanos, el canto de las aves y, a lo lejos, el apagado sonido de las olas.

- Casi había olvidado lo hermosos que son las tardes en las praderas de nuestro reino – la profunda voz del bárbaro la sorprendió a su lado. Ni siquiera notó cuando se sentó a su lado, y ahora lo tenía justo a su derecha, sus ojos dorados fijos en su rostro, no en el cielo anaranjado.

Observó su media sonrisa, que daba a su rostro una expresión de niño planeando una travesura. Sus ojos estaban pegados a los suyos, pero estaba segura de que se las arreglaba para observar el resto de su anatomía. Estaba tan cerca que podía intuir la forma de sus músculos bajo la ropa de entrenamiento; el aroma a bosque, a hombre, comenzó a afectar sus sentidos. Un macho que exudaba ansias de pecaminosa lujuria, de sudores y lechos.

Se levantó rápidamente, espantada de sus pensamientos y su reacción ante aquel maldito guerrero.

- ¿Qué demonios crees que estás haciendo?, ¿acaso por ser de una familia reconocida te crees con el derecho de andar acosando a muchachas indefensas? - el semielfo agrandó su sonrisa.

- ¿Muchachas indefensas? Creo que fuiste tú quien dijo ayer que no eras una doncella en peligro ni nada similar. Y no te estoy acosando, esto es la Zona de Guerra, no puedo permitir que una hermosa y hábil conjuradora vague sola y desprotegida por este lugar – Ananké se sonrojó al llamarle hermosa, pero no se dejó encantar por sus palabras. Aferró su báculo con fuerza, mientras decidía si era mejor usarlo para golpearlo como había deseado antes, o marcharse dignamente sin prestarle más atención.

Antes de tomar su decisión, la pequeña figura de la semielfa se dejó ver, seguida de una de las figuras más reconocidas del reino. Lobo, llamado el maldito, caminaba detrás de la semielfa con aire protector, mientras le entregaba las partes de su armadura, que la joven iba colocándose mientras avanzaba.

- Maldito pervertido, animal, desgraciado cerdo machista acosador – la joven maldecía a viva voz mientras se acercaba al fuerte. Se detuvo al ver a la elfa y al guerrero de ojos dorados – Amin feuya ten'lle, Draugmorn (1) – le dijo al semielfo, con furia en los ojos, para luego seguir su camino rumbo al mercado. La conjuradora la siguió, deseosa de alejarse del bárbaro y de tener a alguien con quien compartir su malestar hacia los hermanos.

Los semielfos se observaron con desconfianza, reconociendo cada uno al guerrero que tenían al frente. Chronos estudiaba al bárbaro que había acompañado a la mujer de su hermano (porque, lo quisiera ella o no, Jápeto ya había la elegido como su compañera), intentando descifrar lo que representaba para la joven.

Lobo no se dejó intimidar por el sujeto que tenía frente a él. Como todos en el reino, había escuchado los rumores de los Draugmorn, y de las intenciones que tenían. Climene era una de sus mejores amigas, una de las pocas con quienes podía conversar en paz, alejando su mente de la guerra, y no estaba dispuesto a permitir que un hombre como Jápeto o su hermano se aprovechara de ella.

La voz de un conjurador conocido llamó su atención hacia el fuerte, y se encaminó a la puerta sin dejar de mirar a su presa. Sólo cuando cruzó frente a los guardias desvió su mirada, aún sintiendo la tensión que emanaba del otro guerrero.

El bárbaro se levantó con lentitud, sabiendo que su hermano estaba por aparecer. Cuando llegó junto a él, se movieron al unísono, sin necesidad de intercambiar palabras, rumbo al mercado. Ambos tenían claros sus objetivos, quienes caminaban inocentemente en un terreno peligroso, confiadas en que no serían lo suficientemente persistentes para perseguirlas sin importar hacia dónde se dirigieran.



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(1) Te detesto, Lobo Oscuro.

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