sábado, 2 de enero de 2010

Capitulo 6

Recorrió con calma el camino oculto entre los árboles, dejando que la espesa neblina del pantano cubriera su figura. Llevaban varias horas rastreando al grupo de ignitas sobrevivientes, y se había separado del grupo deseoso de una buena matanza.

Se había encontrado con Climene unas horas antes del ataque, y escuchó pacientemente su quejas sobre la actitud del caballero que la acosaba, y luego de darle un par de consejos iba a acompañarla hasta Stone, donde se reuniría con un pequeño grupo con el que entrenaba, cuando el aviso del ataque ignita lo obligó a cambiar sus planes.

Y ver al maldito draugmorn partir en la misma dirección que había tomado su amiga, mientras ellos derramaban su sangre en sus tierras, lo llenó de una furia asesina que no había logrado aplacar durante toda la batalla. Sabía perfectamente la clase de hombre que era el guerrero, y no iba a permitir que su mejor amiga terminara en las garras de alguien demasiado parecido a sí mismo.

Voces femeninas llamaron su atención, desviando su camino hacia la playa que rodeaba el pantano. En el lugar encontró a dos esquelias, una bruja y una tiradora, desnudas, tratando sus heridas luego de un evidente baño en las heladas aguas.

Para ser exactos, las heridas ya habían pasado a segundo plano. Aquel llamado el maldito se encontró con una escena nunca antes vista por él en la zona de guerra: ambas jóvenes se acariciaban sensualmente, besándose con pasión mientras dejaban sus manos vagar por sus cuerpos.

Su cuerpo se endureció dolorosamente ante el espectáculo, sin siquiera pensar en el origen de sus protagonistas. Su cuerpo reaccionaba instintivamente ante el movimiento de las chicas, y el femenino olor que llegaba hasta él. Requirió más control del que creía tener para mantenerse oculto y no revelar su presencia a las jóvenes, esperando que acabara rápidamente y se revelara una muy elaborada trampa para hacer caer a cualquier (ardiente) incauto.

Y si era una trampa, las jóvenes estaban muy dedicadas a hacerlo caer en ella: sus manos comenzaron lentamente caricias más profundas, provocando fuertes gemidos que causaban en el bárbaro una extraña mezcla de placer y dolor. No pudo contener el gemido que nació al ver a la arquera acercar su boca al ardiente centro de su compañera.

Las jóvenes se detuvieron asustadas, observando a su alrededor, hasta encontrar la figura del semielfo entre los árboles. La sorpresa inicial fue reemplazada por la perversión y, mientras soltaba su cabello de fuego, la pequeña tiradora se acercó al guerrero con movimientos sensuales, disfrutando de la expresión de él ante la vista de su cuerpo desnudo.

Sujetó su martillo con fuerza, aún esperando un ataque sorpresa de cualquier enemigo escondido en las sombras. No retrocedió cuando la joven se detuvo frente a él, manteniéndose en guardia, hasta que la vio caer sobre sus rodillas, y trabajar hábilmente con las gruesas tiras de cuero que sujetaban sus perneras.

Contuvo el aliento, mientras la esquelia comenzaba a jugar con su miembro, acariciándolo con movimientos suaves, torturándolo con su aliento sobre él; el enorme martillo cayó de sus manos cuando sintió la cálida humedad de su boca rodearlo, logrando únicamente enredar sus dedos en el rojizo cabello para empujarla con fuerza hacia él.

Sin hacer caso a su sentido común, cerró los ojos mientras las manos de la bruja ignita se unían al trabajo de su compañera, batallando entre ellas por darle aquel agónico placer.

Tirando del negro cabello puso de pie a la bruja, para abalanzarse sobre ella con un beso duro y animal, mientras enterraba su mano en la entrepierna de la joven; con un grito la esquelia comenzó a cabalgar su mano, mientras él llevaba su hambrienta boca sobre uno de sus pechos, mordiendo y chupando hasta sacar lágrimas de placer en la joven, quien se derrumbó entre los temblores que aquel feroz orgasmo provocara en su pequeño cuerpo.

Desvió su atención al excelente trabajo que su otra enemiga realizaba sobre él, disfrutando la visión de su ardiente cabello caer sobre sus pechos. Con su lado más animal encendido y preparado, levantó a la chica y la empujó contra un árbol, golpeando sus pechos contra la dura corteza, mientras sujetaba sus caderas y se enterraba profundamente en ella. La joven comenzó a gritar, suplicando por su propia liberación entre las poderosas embestidas del bárbaro.

Sintiendo su propio final, apenas le permitió saborear su orgasmo a la arquera, separándose de ella y obligándola a arrodillarse y tomar su miembro en su boca. La esquelia comenzó a devorarlo con avidez y habilidad, mientras el guerrero quemaba sus manos en aquel largo cabello, enterrándose profundamente para liberar su semilla en su garganta.

La joven sonrió, lamiendo sus labios y saboreando su premio, mientras el cuchillo aparecía de ninguna parte y desgarraba su garganta. Con un grito de terror su compañera intentó levantarse y huir, pero el magnífico martillo cayó sobre ella, partiendo su cráneo.

Acomodó nuevamente su ropa y su armadura, limpió toda señal de su presencia y se alejó rumbo a tierras syrtenses, ya más relajado y satisfecho. El lobo regresaba a su cueva tras logrado una buena caza.

X - x - x - x - x

Caminaba tan rápido como se lo permitía su túnica, mientras aferraba su báculo pensando en los dolorosos usos que podría darle.

Ella, la tonta inocente, había creído que el pobre bárbaro estaba muriendo al verlo caer tras recibir ese horrible hechizo. Como cualquier estúpida enamorada se lanzó sobre él, le quitó la armadura y comenzó a evaluar y a sanar cada herida que encontró en aquel increíblemente formado pecho, dirigió a los jóvenes que llevaban a los heridos rumbo al castillo, para asegurarse de que viajara cómodo y sus heridas no se abrieran, y terminó durmiendo a su lado, preocupada por su salud.

¿Para qué? Para despertar esa mañana sola, y escuchar de boca de los guardias que su pobre paciente había salido temprano hacia el muro del reino. Ella era buena, pero era imposible que aquel tipo se recuperara tan rápido, a menos que no hubiese estado realmente mal desde un principio.

Oh, pero que se pusiera nuevamente en su camino, y ya vería de lo que era capaz de hacer. Le enseñaría que un báculo no sólo es útil para los hechizos, no señor. Un báculo puede generar mucho dolor, y no necesariamente por la magia.

Ananke no era capaz de contener su enojo, irradiándolo con su aura a quienes caminaban junto a ella, y que rápidamente comenzaban a buscar distancia por su propia seguridad. Ignoraba a todo y a todos, apenas deteniéndose para sentir los caballos pasar cerca de ella y salir de su camino.

Tan concentrada iba, pensando en los mejores métodos de tortura con un báculo, que no sintió al caballo que se acercó a ella lentamente, hasta que un par de fuertes brazos la levantaron, acomodándola en la montura, de espaldas a un fuerte y conocido pecho.

- ¿Me extrañaste, arwenamin? (1) – Chronos logró bloquear el golpe del báculo, aprovechando de quitárselo y colocarlo en un lugar más seguro (para él) – veo que sí me extrañaste – dijo riendo, mientras la acercaba más hacia él y rodeaba su cintura con sus brazos.

- Tanto como extrañarás no tener mi báculo en tu trasero, maldito imbécil. Yo preocupándome por ti mientras jugabas al enfermo para terminar desapareciendo sin que te viera.

- Oh, amor mío, adoro cuando te pones así, pero como no quiero probar los extraños usos de tu báculo, pido disculpas por mi desaparición. Simplemente recordé cuanto te molesta recorrer la zona de guerra para ayudar a nuestra gente, así que fui en busca de un regalo – dijo señalando hacia abajo.

Por primera vez la elfa puso atención a aquello sobre lo que estaba sentada. Un hermoso corcel de Syrtis, con su blanco pelaje brillando bajo el sol, los llevaba rumbo al fuerte. Sonrió mientras acariciaba el poderoso cuello, toda rabia desaparecida.

- ¿Cual es su nombre?

- El que tu quieras, amor – la maga sonrió con malicia.

- Qué mejor nombre que el del mayor animal que conozco – dijo mientras se inclinaba para abrazar el cuello del corcel - ¡Chronos!

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(1) Quenya, mi dama.

Capitulo 5

En cuanto se despertó, supo que no se encontraba en ninguno de los fuertes, ni mucho menos dentro del reino. No necesitó abrir los ojos para saber que se encontraba en un lugar cerrado, su olfato captó un leve olor a madera y humedad, y su oído le dijo que no se encontraba sola en aquel lugar.

Abrió los ojos despacio, dando un vistazo a su alrededor: un cuarto amplio, cavado directamente en la piedra y cubierto por madera para cubrir la frialdad de la cueva. Variados muebles, notoriamente hechos a mano, llenaban el lugar. La cama sobre la que se encontraba era bastante grande, con figuras talladas a mano que mostraban dedicación y esfuerzo en el trabajo; el colchón relleno de paja se sentía fresco y seco, tan cómodo que no le daban ganas de moverse o levantarse.

El lugar era una pequeña casa en un sólo cuarto: cerca de la cama encontró una pequeña mesa con un par de bancos, y un par de metros un pequeño sector acomodado como cocina; pero lo que realmente llamó su atención, fue el amplio sector cubierto de arcos de distintos tamaños y formas, decenas de cajas con todo tipo de flechas, herramientas especiales para el trabajo de la madera y, sentado en el suelo, sosteniendo un arco a medio terminar, un hombre al que no hubiese visto de no ser por el ligero movimiento de sus manos sobre la madera.

Lo único que vestía eran sus pantalones, dejando buena parte de su cuerpo a la vista; no parecía muy mayor, a lo sumo un par de años más que ella, pero muchas y variadas cicatrices cubrían su bien formado cuerpo, y un ligero bronceado le daba un ligero aire salvaje. Las manos con las que trabajaba en el arco parecían duras y ásperas, pero se movían con delicadeza y cuidado sobre la madera. Sólo cuando estas detuvieron su movimiento levantó su vista al rostro del hombre, para encontrar un par de profundos ojos negros observarla con ferocidad.

Elemmirë (1) se sonrojó, súbitamente conciente de encontrarse desnuda bajo la manta que la cobijaba, pero no desvió la mirada. Lo reconoció como el arquero que apareciera desde el bosque para atacar a los alsirios, poco antes de desmayarse por los ataques recibidos. Con cuidado comenzó a revisar los vendajes que cubrían sus heridas, evaluando el daño, hasta que un sonido similar a un gruñido la detuvo.

Levantó la vista para encontrar al joven de pie junto a la cama, observando detenidamente el movimiento de sus manos bajo la manta. Antes de poder sonrojarse nuevamente, el semielfo levantó la tela, dejándola desnuda ante sus ojos. El instinto de supervivencia más básico la llevo a intentar cubrirse con sus manos, pero sus muñecas fueron fuertemente sujetadas y llevadas sobre su cabeza, mientras él se inclinaba sobre ella.

Gilmorn (2) no podía detenerse, ver sus movimientos bajo la manta, y el recuerdo de la suavidad de su piel llenó su mente con oscuros pensamientos. Acercó su rostro al de ella, inhalando profundamente para llenar sus pulmones con su femenina esencia; sintió el estremecimiento del pequeño cuerpo bajo él cuando lamió suavemente la curva de su cuello, satisfaciendo la necesidad de conocer su sabor. Sus asustados movimientos lo llenaban de la más primitiva excitación, y sólo los suaves quejidos que escaparon de sus enrojecidos labios tras presionar su cuerpo sobre ella le recordaron las heridas de la pequeña arquera.

Se tomó un par de segundos para recuperar el control, mientras disfrutaba de la sensación de la proximidad de sus cuerpos, antes de erguirse y comenzar a revisar los vendajes y heridas de la semielfa, ignorando las quejas de la joven y sus intentos de cubrirse. Estirándose para tomar la manta arrugada a los pies de la cama comenzó a cubrirla, permitiéndose antes el placer de besar y lamer su vientre, la suave curva entre sus pechos y subir hasta su cuello.

Tomó su arco y algunas flechas, y salió a cazar algo para comer. Sólo tocar su cuerpo lo había excitado a un doloroso nivel, y necesitaba descargar sus energías o tomaría a la joven antes de que sus heridas sanaran, y se conocía demasiado bien para saber que no sería gentil ni delicado, aún si lo deseara.

x - x - x - x - x

Embistió con ferocidad, elevando su martillo sobre las cabezas de sus enemigos, rompiendo un par de cráneos mientras lo dejaba caer. Junto a él un par de jóvenes guerreros se encargaban de rematar a los que dejaba heridos, mientras continuaba su carrera hacia el puente.

Llevaban cerca de una hora deteniendo a la oleada de ignitas que intentaban llegar al castillo, y Chronos ya comenzaba a resentir el esfuerzo realizado, y todo culpa de esa pequeña y terca elfa que intentaba conquistar.

¿Por qué demonios no podía ser como todos los conjuradores, y ayudar a sus aliados desde las últimas y más protegidas filas? Oh no, ella tenía que ser la salvadora del mundo, lanzándose con una simple barrera para rescatar al estúpido chiquillo que se lanzó antes de tiempo contra los enemigos, o para dar un par de protecciones extras a un arquero lo suficientemente malagradecido como para salir huyendo sin siquiera dar las gracias. En más de diez ocasiones se vio obligado a dejar la masacre que tenía entre manos para ir a salvar aquel lindo trasero y asegurarse de que la testaruda mujer se mantuviera en una pieza.

Se lanzó contra el último grupo, ansiando poder triturar otros pocos huesos antes que todo terminara, pero una enorme y candente roca cayó sobre él, provocándole algunas quemaduras y aturdiéndolo. Se detuvo un sólo segundo antes de lanzarse rabioso contra la insolente bruja, lo suficiente para ver la expresión de terror de su preciosa elfa, y un malvado pensamiento reemplazó al instinto asesino.

Con su traviesa sonrisa cubierta por el yelmo, soltó su martillo y llevó sus manos a su pecho, dejándose caer mientras sus enemigos cruzaban el puente. Vio a sus compañeros pasar a su lado, ignorando su actuación, dejándolo a solas con la pequeña maga que se arrodilló junto a él, intentando quitar su armadura para evaluar el daño.

Chronos comenzó a quejarse, decidido a vengarse de la preocupación que le causara la conjuradora, haciéndose la víctima y disfrutando de sus cuidados. Y mientras sentía las suaves manos moverse sobre su pecho, sanando sus heridas, decidió dejarse herir con más frecuencia a partir de ese momento.

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Fijó su único ojo en su oponente, preparando el golpe destinado a aturdirla. Se acercó, y evadiendo la larga lanza dejó caer su garrote sobre la pequeña figura.

- Levanta un poco más el brazo, estás absorbiendo los golpes con el brazo en vez del cuerpo – la masculina voz sorprendió al cíclope, quien bajó su guardia mientras buscaba el origen del sonido, permitiendo que la semielfa acertara el golpe de su lanza, provocándole una profunda herida – Debes tomar la lanza desde el centro, ¿quién demonios era tu entrenador? Deberían atarlo al cepo (3) por mal enseñar a nuestros jóvenes caballeros – dejó que todo su enojo se acumulara en su pie, mientras daba un preciso golpe a la entrepierna del monstruo, imaginando a cierto semielfo en su lugar – eso está mejor, un golpe no muy noble pero efectivo – se alejó un par de pasos mientras lanzaba un último golpe, degollando a la criatura. Lanzó su escudo y su lanza al suelo y se acercó al hombre que descansaba apoyado en una roca cercana.

- ¡No me interesan tus consejos, maldito cerdo machista, y has de saber que Laranda es la mejor entrenadora que he podido tener y no permitiré que ningún bruto aparecido de no-sé-donde se atreva a insultarla sin ganarse un golpe no muy noble en aquel lugar aún menos noble que tienes!

Climene descargó toda su furia mientras golpeaba con sus puños el desprotegido pecho de Jápeto, logrando únicamente hacer sonreír al semielfo. El guerrero, que no parecía sentir los golpes de la pequeña guerrera, sujetó sus manos y atrajo la pequeña figura hacia a él; acercó su rostro al de la joven, llenándose de su aroma y de la suavidad de su piel.

- Dudo mucho que quieras golpearme en mis partes nobles, querida, o no podría satisfacerte como se debe cuando vayamos a descansar en nuestra cama después del entrenamiento – susurró justo sobre sus labios, disfrutando del sonrojo que cubrió el rostro de la semielfa, aunque por poco tiempo. Un rápido movimiento de la joven le dio poco tiempo para esquivar la patada que se dirigía precisamente al lugar amenazado, debiendo soltarla para escapar del castigo.

- Maldito pervertido, deja de acosarme o descubrirás que las chicas somos capaces de las más dolorosas torturas imaginables - Recogiendo rápidamente sus armas la guerrera se alejó rumbo al fuerte, decidida a poner distancia y mucha gente entre ella y el caballero. No le importaba lo bien que su cuerpo se amoldaba al de él cuando intentaba abrazarla, o su estúpida y hormonal reacción cuando lo sentía acercarse para ayudar en su entrenamiento, no caería ante los encantos del lobo, sin importar lo que tuviera que sacrificar para eso.

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(1) Quenya, Joya Estelar, una estrella mencionada en El Silmarillion de Tolkien.

(2) Sindarin, Estrella Oscura.

(3) Un cepo es un instrumento de tortura en el que la víctima es inmovilizada de pies y manos. Cuando se trataba de un castigo, el cepo se encontraba generalmente en la plaza del pueblo, para exponer al reo, servir de escarnio y someterlo a todo tipo de vejaciones, como el ser golpeado, escupido, insultado. En ocasiones, la plebe incluso orinaba y defecaba sobre el condenado.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Capitulo 4

Presionó su cuerpo contra el suelo, ocultando su figura a la vista. Soltó su aliento con calma, regulando su respiración para no emitir sonido alguno. Se hizo uno con la naturaleza que lo rodeaba, mimetizándose con su entorno para impedir que cualquier mirada pudiera posarse sobre su cuerpo.

Observó a su presa con atención, fiereza, y seguridad.

Era joven, apenas superando la veintena. Su cabello negro estaba recogido sobre su cabeza y sostenido por dos varillas de madera, su cuerpo pequeño se movía con seguridad entre los árboles, sus piernas descubiertas se deslizaban sobre la hierba con suavidad, casi sin dejar rastro. Estaba atenta a su entorno, buscando cualquier amenaza mientras estudiaba a las criaturas frente a ella.

Se movió en silencio, acercándose más a la semielfa, mientras esta iniciaba su ataque al orco más fuerte del grupo. La vio debilitarlo, de forma rápida y certera, para luego iniciar un viejo cántico, palabras sutiles que penetraban la mente de la criatura, sometiéndola a su voluntad.

Domar una criatura requería mucha concentración y energía, pero la joven se dio un par de minutos para realizar un rastreo de enemigos antes de descansar bajo los árboles, acompañada de su nueva mascota. No presentía la presencia de enemigos, el viento sólo le traía los olores normales del bosque y la tierra estaba en calma, pero la sensación de una amenaza le oprimía el corazón.

Llevaba varios días en la Zona de Guerra, mayormente cazando en los bosques que rodeaban la muralla. En un par de ocasiones había encontrado con algunos enemigos de bajo nivel, a los que había logrado vencer o hacer huir a sus propios terrenos. En una ocasión un grupo de alsirios llegó a través de los Pasajes del Monte, burlando a los vigilantes de Algaros, pero había logrado fundirse con su entorno, camuflándose hasta encontrar a un grupo de aliados quienes se prepararon para el enfrentamiento con la información que les había proporcionado.

Había pasado por el campamento gitano esa mañana, buscando provisiones y nuevas noticias. Supo de la batalla librada el día anterior en Puente Blanco, la que luego llegó al fuerte Herbred. Ya se conocían los nombres de las bajas de dicho combate, y agradeció que ninguno de sus amigos o conocidos se encontrara en esa lista. Ya toda su familia había muerto durante la larga y desesperante guerra, y no deseaba perder a las pocas personas a quienes aún amaba.

Se levantó y realizó un nuevo sondeo de los alrededores. Debía llegar al mercado central antes del atardecer, para reparar su arco y conseguir nuevas flechas, por lo que comenzó una lenta carrera entre los árboles, hacia la Pradera del Valle; la enorme criatura corría tras ella, cubriéndola de cualquier ataque por la espalda.

Esperó a que se alejara un par de metros antes de moverse, manteniendo su cubierta de forma perfecta, pese a su agitación. La excitación de la caza, y de la perfección de su presa le embotaba los sentidos, y le obligaba a esforzarse más de lo normal para mantener su persecución.

Vio a la joven caer frente a él, y se maldijo por no ser capaz de bloquear sus emociones para comportarse como un verdadero cazador. Se tomó un segundo para identificar que amenazaba a su presa antes de entrar en acción.

Un tirador alsirio, pequeño y robusto había emboscado a la pequeña cazadora; junto a él, un brujo uthgar comenzaba su ataque a distancia, mientras dos bárbaros embestían contra la semielfa. Vio a la joven enviar al orco hacia el mago, esperando distraerlo mientras buscaba la seguridad de los árboles. Deshaciendo su perfecto camuflaje, emboscó al tirador mientras confundía al uthgar, y se preparaba para lanzar una lluvia de flechas sobre los guerreros.

Vio caer a la joven bajo el martillo del nordo. Algo primitivo se alzó dentro de él, que lo obligó a correr directamente contra el enemigo. Años luchando lejos de su tierra le habían entrenado en técnicas más allá de las tradicionales para un arquero, y era un prácticamente un experto en combate cuerpo a cuerpo, conociendo cada truco para ganar, aún peleando sucio.

Dio un golpe con su arco directo en el rostro del nordo, aturdiéndolo, mientras sacaba una flecha de su carcaj y la enterraba directo en su garganta. Sintió la espada del enano rasgando su muslo, y busco una nueva flecha, esperando lograr enterrarla entre los ojos del bárbaro.

Antes de terminar su ataque un fuerte bramido aturdió a los alsirios; vio a una pequeña guerrera lanzarse sobre el tirador, seguida de Jápeto, mientras su otro hermano despachaba al brujo. Con un rápido movimiento enterró la flecha que mantenía en su mano en el oído del bárbaro, y mientras lo veía caer la empujó con su pie para asegurarse que atravesara completamente su cabeza. Sintió una mano sobre la herida de su muslo, y lanzó un ataque con su arco antes de ver quien estaba junto a él.

Chronos bloqueó su golpe, interponiendo su cuerpo entre el cazador y la conjuradora. Gilmorn notó el movimiento protector de su hermano y simplemente se alejó de ellos, dirigiendo sus pasos a la joven arquera, que se encontraba semi-inconciente cerca de los árboles.

Ananké, sin prestar atención a los hombres (ni a que casi había sido golpeada por el cazador mientras intentaba curar su pierna), se acercó a la semielfa tendida cerca de ella. En el momento en que la tocaba, un sonido oscuro, profundo, se coló bajo su piel logrando estremecerla.

Climene se movió protectoramente frente a la elfa. Ese tipo les había gruñido. Un sonido completamente animal y amenazador, que iba dirigido a la conjuradora. Vio a Jápeto moverse sigilosamente entre ellas y el cazador, y sintió su brazo presionándola para que se alejara junto a la maga de la joven arquera.

La negra mirada siguió sus movimientos, esperando a que se alejaran lo suficiente de la semielfa para acercarse y cargarla en sus brazos. Con una última mirada al grupo, gruño una nueva advertencia y se fundió con la naturaleza, camuflándose ante sus ojos.

La guerrera y la conjuradora se movieron, intentando seguirlo con una protesta ya en sus bocas, pero los gemelos la detuvieron. Conocían demasiado bien a su hermano: los años cazando en territorios enemigos lo habían convertido en algo más animal que humano, y no serían ellos los que se interpusieran entre él y su presa.

Climene bufó, alejándose de los hermanos. Además de esa molesta actitud de macho obsesivo-posesivo-protector, desde hacía un par de horas se había visto obligada a soportar los consejos de Jápeto, quien parecía ver muchas fallas en su entrenamiento como guerrera y estaba entusiasmado con convertirse en su maestro particular. La semielfa no quería pensar en las posibles implicaciones ocultas en aquella frase, aunque tenía una idea de lo que él quería enseñarle, en realidad.

Ananké vio a la chica alejarse, seguida de un muy sonriente caballero, y comprendió que quedaba sola con el bárbaro. Volteó a mirarlo, encontrándose con una blanca sonrisa y la afilada mirada de un depredador.

- Genial, y yo aquí me quedo como la pobre damisela atrapada en el bosque con el lobo malo – ignoró la diversión del guerrero al oírla, y aferró su báculo con ambas manos, preparándose para atacar toda parte sensible ante cualquier movimiento amenazante del hombre.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Capitulo 3

Pese a todos los pronósticos, salieron muy bien parados de la batalla contra los ignitas, aunque no necesariamente por mérito propio. Un grupo de guerreros provenientes desde Algaros sorprendió a los enemigos que asediaban el fuerte, obligándolos a replegarse a sus propias tierras, con muchas bajas entre los suyos.

Confiadas en que no verían a ningún enemigo en varios días, la mayor parte de las mujeres decidió darse un pequeño descanso, y bajaron a la Playa del Lago para refrescarse. Dejando sus ropas junto al pequeño muelle se metieron en las heladas aguas, intentando lavar el hedor a muerte que se arrastraba después de cada batalla.

Climene se sumergió, buscando aliviar el dolor de su hombro. Ananké había realizado un excelente trabajo con sus heridas, pero el malestar de la lesión aun permanecería durante algunos días. Comenzó a nadar lentamente a unos metros de la playa, escuchando a lo lejos la conversación de las otras mujeres.

Se sumergió nuevamente, intentando bloquear sus voces. Desde el día anterior de lo único que se hablaba era de los gemelos, de su búsqueda en el reino, y de cómo lograr llamar su atención. La semielfa no podía entender como esas mujeres podían estar tan desesperadas por liarse con un hombre y convertirse en hembra reproductora. Ella había pasado muchos años entrenándose, perfeccionando las técnicas enseñadas por su maestro, era una guerrera y estaba decidida a no caer como una adolescente enamorada ante el apuesto héroe de leyenda.

Agradeció cuando las otras se alejaron con sus cuchicheos de regreso al fuerte. Sin ganas de enfrentarse a lo que sabía le esperaba en aquel lugar, decidió disfrutar del agua por unas horas más, antes de tomar sus cosas y regresar a la seguridad del reino.

Un escalofrío la recorrió cuando daba la espalda al muelle para internarse más en el mar, y una extraña sensación de peligro la golpeó mientras se sumergía. Nadó durante varios minutos, tratando de sacar ese sentimiento de su mente, hasta que fue imposible de ignorar; con lentas brazadas se acercó al muelle, deteniéndose poco antes de llegar al lugar.

Apoyado contra el muelle, con su armadura descuidadamente desechada cerca de la ropa de la guerrera, se encontraba Jápeto. Había descartado su camisa junto al resto de las piezas de metal, y mantenía sobre su figura sus grises ojos, oscurecidos por el deseo. Aún debajo del agua Climene sintió la irresistible necesidad de cubrirse con las manos, al entender que inocentemente le había dado al guerrero un muy agradable espectáculo, por la notable excitación que se dejaba ver en lo ajustado de sus pantalones, a la altura de su cadera.

El aliento se atascó en la garganta. Necesitaba huir de ahí o algo muy malo ocurriría, pero era incapaz de salir del agua para buscar sus ropas. Entendía que dicha acción contenía más peligro que mantenerse quieta bajo el agua, bajo la ardiente mirada del semielfo. Una sonrisa depredadora se dibujó en el rostro de su enemigo, en el preciso momento en que una figura entró en el campo de visión de la guerrera, sobre el barranco.

- ¡LOBO! - el grito de la semielfa sobresaltó al guerrero en el muelle y al que corría sobre ellos. El bárbaro cambió el rumbo de su carrera, encaminándose hacia la joven.

- ¡Climene!, ¿qué demonios haces sola en un lugar como éste? - preguntó, antes de ver al guerrero junto al muelle. Los oscuros ojos chocaron con los plateados cargados de deseo y de furia, y reconoció de inmediato a quien enfrentaba. Sonrió ante el extraño humor del destino: un lobo maldito frente a un lobo oscuro.

Tomó el corto vestido de la guerrera y se adentró unos pasos en el agua, acercándose a la joven, moviéndose para que su cuerpo cubriera la pequeña figura de su amiga de la ansiosa mirada que seguía sus movimientos. Podía sentir la furia y los celos proveniente del otro semielfo, reconociendo al depredador, pero no era alguien fácil de intimidar, y no dejaría a la joven en las manos de alguien tan parecido a él.

En cuanto sintió la tela sobre su cuerpo la semielfa corrió hacia la orilla para tomar el resto de sus cosas y, sabiendo que era seguida por el bárbaro comenzó a moverse hacia el fuerte. Debía poner la mayor distancia posible entre ella y el caballero, antes de que sus nervios estallaran e hiciera algo de lo que seguramente se arrepentiría.

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Soltó un sonoro suspiro mientras revisaba las heridas de la pequeña bruja, asegurándose que no tendría secuelas a futuro. Sentía la mirada del bárbaro sobre ella, aunque no era capaz de encontrar su posición dentro del fuerte.

Estaba cansada. No sólo se había encargado de las heridas de casi la mitad de su gente (ya que el otro joven conjurador también había sido herido en batalla), la obsesiva (y opresiva) mirada del guerrero siguiéndola en todo momento no le había permitido descansar correctamente. Y en ella el cansancio significaba mal humor, y su mal humor pronosticaba una posible buena patada en las partes (no muy) nobles de cierto lobo oscuro.

Dejó a la alturian y, tomando su báculo, salió del fuerte buscando un poco de aire y de libertad. Se apoyó en una de las murallas y levantó su vista hacia el cielo. Cerró los ojos, para sentir el sonido del viento entre los árboles cercanos, el canto de las aves y, a lo lejos, el apagado sonido de las olas.

- Casi había olvidado lo hermosos que son las tardes en las praderas de nuestro reino – la profunda voz del bárbaro la sorprendió a su lado. Ni siquiera notó cuando se sentó a su lado, y ahora lo tenía justo a su derecha, sus ojos dorados fijos en su rostro, no en el cielo anaranjado.

Observó su media sonrisa, que daba a su rostro una expresión de niño planeando una travesura. Sus ojos estaban pegados a los suyos, pero estaba segura de que se las arreglaba para observar el resto de su anatomía. Estaba tan cerca que podía intuir la forma de sus músculos bajo la ropa de entrenamiento; el aroma a bosque, a hombre, comenzó a afectar sus sentidos. Un macho que exudaba ansias de pecaminosa lujuria, de sudores y lechos.

Se levantó rápidamente, espantada de sus pensamientos y su reacción ante aquel maldito guerrero.

- ¿Qué demonios crees que estás haciendo?, ¿acaso por ser de una familia reconocida te crees con el derecho de andar acosando a muchachas indefensas? - el semielfo agrandó su sonrisa.

- ¿Muchachas indefensas? Creo que fuiste tú quien dijo ayer que no eras una doncella en peligro ni nada similar. Y no te estoy acosando, esto es la Zona de Guerra, no puedo permitir que una hermosa y hábil conjuradora vague sola y desprotegida por este lugar – Ananké se sonrojó al llamarle hermosa, pero no se dejó encantar por sus palabras. Aferró su báculo con fuerza, mientras decidía si era mejor usarlo para golpearlo como había deseado antes, o marcharse dignamente sin prestarle más atención.

Antes de tomar su decisión, la pequeña figura de la semielfa se dejó ver, seguida de una de las figuras más reconocidas del reino. Lobo, llamado el maldito, caminaba detrás de la semielfa con aire protector, mientras le entregaba las partes de su armadura, que la joven iba colocándose mientras avanzaba.

- Maldito pervertido, animal, desgraciado cerdo machista acosador – la joven maldecía a viva voz mientras se acercaba al fuerte. Se detuvo al ver a la elfa y al guerrero de ojos dorados – Amin feuya ten'lle, Draugmorn (1) – le dijo al semielfo, con furia en los ojos, para luego seguir su camino rumbo al mercado. La conjuradora la siguió, deseosa de alejarse del bárbaro y de tener a alguien con quien compartir su malestar hacia los hermanos.

Los semielfos se observaron con desconfianza, reconociendo cada uno al guerrero que tenían al frente. Chronos estudiaba al bárbaro que había acompañado a la mujer de su hermano (porque, lo quisiera ella o no, Jápeto ya había la elegido como su compañera), intentando descifrar lo que representaba para la joven.

Lobo no se dejó intimidar por el sujeto que tenía frente a él. Como todos en el reino, había escuchado los rumores de los Draugmorn, y de las intenciones que tenían. Climene era una de sus mejores amigas, una de las pocas con quienes podía conversar en paz, alejando su mente de la guerra, y no estaba dispuesto a permitir que un hombre como Jápeto o su hermano se aprovechara de ella.

La voz de un conjurador conocido llamó su atención hacia el fuerte, y se encaminó a la puerta sin dejar de mirar a su presa. Sólo cuando cruzó frente a los guardias desvió su mirada, aún sintiendo la tensión que emanaba del otro guerrero.

El bárbaro se levantó con lentitud, sabiendo que su hermano estaba por aparecer. Cuando llegó junto a él, se movieron al unísono, sin necesidad de intercambiar palabras, rumbo al mercado. Ambos tenían claros sus objetivos, quienes caminaban inocentemente en un terreno peligroso, confiadas en que no serían lo suficientemente persistentes para perseguirlas sin importar hacia dónde se dirigieran.



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(1) Te detesto, Lobo Oscuro.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Capitulo 2

Cap. 2



Retuvo el aire en sus pulmones durante un tiempo antes de dejarlo salir. En cuanto cruzaron el Puente Blanco una sensación de peligro los había bañado, por lo que el grupo detuvo su marcha para asegurar el lugar ante una posible batalla. Los tres guerreros más experimentados se adelantaron un par de metros, formando una primera línea de ataque y defensa. Un poco más atrás se colocaron los arqueros y brujos, semiprotegidos los más jóvenes guerreros del grupo.

Ananke se quedó en el extremo ignita del puente, junto a un muy joven alturian y a un conjurador de bastante experiencia, que ya había visto en un par de salidas previas a la Zona de Guerra. Gotten les daba un par de consejos, en especial sobre como mantenerse con vida para poder apoyar a sus aliados. Frente a ellos vio a la pequeña guerrera del grupo, en posición defensiva, protegiéndolos con su escudo.

La joven elfa no había prestado mucha atención a las conversaciones del grupo. En cuanto llegó al mercado lo primero que notó fue el cuchicheo de las dos tiradoras, que miraban embelezadas a los guerreros de más experiencia del grupo. Un par de chiquillas hormonales repitiendo chismes de pueblo, sobre un antiguo linaje y guerreros buscando mujeres para perpetuar su familia. Ella era distinta, una mujer práctica que no se permitía caer rendida ante un hombre, y que prefería mantener su mente ocupada en cosas realmente importantes, como los hechizos de protección y los cantos de sanación más poderosos de su clase.

Mientras se dirigían al Puente, pudo notar las diferencias entre los guerreros mayores y sus compañeros. Corrían a paso seguro, con un ritmo poco cansador, y aunque mantenían la vista fija al frente estaba segura de que estaban atento a todo lo que ocurría a su alrededor. En sus movimientos mostraban la confianza ganada en años de guerra, y que evidentemente era lo que les permitiría salir vivos de la batalla que se venía.

Miró a sus compañeros, segura de que con suerte la mitad de ellos volvería a sus tierras. La diferencia era abrumadora, los chicos que los acompañaban jamás habían participado en un combate real, y sabía que ni aún con su mejor esfuerzo podría ayudarlos a todos en el momento de necesidad.

El grito del bárbaro anuncio la llegada de sus enemigos, el nerviosismo se hizo presente en las filas. Un par de flechas salieron antes de que la orden fuera dada, y comenzó el pandemónium. Bajo el aura protectora de la semielfa, comenzaron a lanzar hechizos, salvaguardas y protecciones a sus aliados, mientras buscaban a los que pudieran estar heridos y necesitar su ayuda.

Un agudo grito le hizo desviar la mirada de la zona de combate, para encontrar a la pequeña alturian en el suelo, atacada por dos bárbaros ignitas. Mientras conjuraba una barrera sobre sí misma y corría hacia la niña, vio a la semielfa interponerse entre la maga y sus atacantes, bloqueando los poderosos golpes de sus enemigos.

Arrastró a la pequeña un par de metros y comenzó a evaluar el daño, preparando una curación superficial que les permitiera huir del peligro. Mientras calmaba a la niña, vio a la guerrera tambalear al ser alcanzada por una flecha encendida; aunque logró bloquear el golpe de espada, el martillo de uno de los esquelios dio sobre el hombro, haciendo crujir los huesos bajo la armadura.

La semielfa gritó una orden, y Ananke ayudó a la joven maga a levantarse para salir del lugar, mientras se preparaba para ayudar a la guerrera. Pero antes de poder lanzar su primer hechizo, vio la imponente figura del bárbaro lanzarse sobre los esquelios y derribarlos con un simple movimiento de su martillo, mientras uno de los caballeros tomaba a la joven en brazos y corría al otro lado del puente.

Mientras invocaba una serie de salvaguardas sobre el caballero y su carga, sintió la fuerte pero gentil mano del bárbaro sobre su brazo, mientras la obligaba a correr hacia el fuerte más cercano. Comenzó a maldecir su larga túnica, intentando seguir sin éxito el paso del guerrero, hasta que finalmente este se detuvo para tomarla y cargarla sobre su hombro.

- Bien, esto no es lo que esperaba cuando en las historias hablan del rescate de la damisela en apuros – comentó mientras apoyaba sus manos en la espalda del bárbaro para acomodarse un poco. Sintió su masculina risa vibrar en su cuerpo, y se sonrojó. Se maldijo internamente, ya que no le gustaba el sentimiento de indefensión (1) que le daba la posición y la seguridad del guerrero. La sostenía con su brazo firme sobre sus nalgas, dejándola demasiado conciente del movimiento de sus dedos sobre su trasero – No te rías demasiado, por muy conjuradora que sea, soy capaz de mostrarte que puedo tener muy poco de damisela en apuros cuando me molestan – el semielfo volvió a reír, mientras apretaba el abrazo alrededor de las piernas de la elfa y embestía hacia la puerta de fuerte.

Chronos (2) había regresado a su tierra por sus hermanos, aunque no estaba realmente interesado en cumplir aquel viejo juramento a su padre. Esperaba que su gemelo o su hermano menor encontraran a una mujer y se hicieran cargo de aquel trabajo, para poder regresar tranquilamente a lo único que sabía hacer: arriesgar su vida en batalla.

En el corto tiempo que llevaban rondando los fuertes de su reino no había prestado atención a ninguna mujer que se hubiese cruzado en su camino. Y no era porque hubiese algo mal en él, sino simplemente no había nada en las mujeres que le rodeaban que le llamase la atención.

Hasta que vio a la elfa. A diferencia de muchos conjuradores, que se quedaban protegidos entre las filas posteriores, la vio alejarse del grupo para atender a una bruja caída y dar apoyo a una pequeña guerrera. Había notado también las protecciones y hechizos que utilizaba iban directamente a guerreros, pero no a los arqueros o magos del grupo. La había visto adelantarse entre las filas para intervenir a un guerrero o curar a la distancia a otro, realizando arriesgadas maniobras para una conjuradora.

Cuando su hermano dejó de atacar para correr hacia la pequeña guerrera que caía antes dos jóvenes esquelios mientras le daba tiempo a la conjuradora para huir, embistió furiosamente y cayó sobre sus enemigos con un preciso golpe que los arrojó al suelo, aturdiéndolos. Pero en vez de correr hacia la seguridad del reino, la elfa lo sorprendió al detenerse para lanzar fuertes salvaguardas sobre su hermano. Sujetó uno de sus brazos y la obligó a cruzar el puente a la carrera, pero al notar que la joven no era capaz de seguir su paso hizo lo más rápido y práctico para él, cargándola sobre su hombro como un bulto.

Escuchó la extraña frase con tintes de broma de los labios de la maga, y no pudo más que reír ante la imagen que ella le presentaba. Ignoró su posterior reclamo y embistió hacia el fuerte, cruzando sus puertas antes de que los guardias las cerraran para preparar su defensa.

Con cuidado dejó a la conjuradora segura sobre sus pies, y la vio alejarse de él con el rostro sonrojado, alisando inexistentes arrugas en su túnica y maldiciendo por lo bajo. Rió nuevamente al verla empujar a su hermano para atender las heridas de la semielfa, mientras intentaba ignorar a los gemelos que se erguían sobre ella.

- Tú sólo ignóralos – le dijo a la joven mientras colocaba el hombro en su lugar – ya vi como actúan, y tienen el clásico complejo de macho heroico que espera alabanza por sus actos. Cuando vean que su alarde de hormonas no nos impresiona se aburrirán y buscarán a otras a quienes molestar.

Los hermanos intercambiaron una mirada divertida al escuchar a la elfa. Sólo con los labios repitieron las frases complejo de macho y alarde de hormonas, y con un gesto cómplice se alejaron de las mujeres. Chronos notó que, aún con los enemigos en las puertas del fuerte, su hermano mantenía su mirada en las (heridas) piernas de la semielfa. Él simplemente se dio el tiempo para ver el trabajo de la conjuradora. Era joven, y evidentemente no había visto aún demasiadas batallas, pero tenía valor, actuaba de una forma extraña para su clase, pero hacía su trabajo con la dedicación y seguridad de los más experimentados.

Quizás, volver a su tierra no había sido tan mala idea.




(1) Indefensión es una condición psicológica en la que un sujeto aprende a creer que está indefenso, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga es inútil
(2) En los mitos griegos, Chronos era el dios de las Edades (desde la Dorada hasta la de Bronce) y del zodiaco. Surgió al principio de los tiempos formado por sí mismo como un ser incorpóreo y serpentino con tres cabezas: de hombre, de toro y de león. Se entrelazó con su compañera Ananke (la Inevitabilidad) en una espiral en torno al huevo primigenio y lo separó, formando el universo ordenado de la tierra, el mar y el cielo.

Capítulo 1

Cap. 1


Trotó suavemente entre los árboles que rodeaban el alto muro del reino, siguiendo las señales que su maestro le había dicho que encontraría. Era su segunda salida a la llamada Zona de Guerra, y se dirigía al mercado central, cerca del fuerte Herbred, para reunirse con un pequeño batallón que preparaba una avanzada a tierras ignitas para evaluar sus movimientos en la frontera.

Lo vio poco antes de llegar al Altar de la Tierra (1) al cual los guerreros encomendaban sus almas. Se encontraba de pie en una pequeña colina no muy alejada, acompañado de un bárbaro y otro caballero. La negra marca de los draugmorn (2) resaltaba sobre su plateado escudo.

Un Lobo Oscuro. Uno de los últimos miembros de una de las más antiguas casas élficas de Syrtis.

Había oído de ellos de boca de su maestro. Los últimos miembros de dicha casta, tres semielfos, hermanos de sangre, alma y juramento, que se habían mantenido lejos de su hogar, luchando en nombre de la República en las violentas tierras enemigas. Habían pasado años desde que se les viera por última vez en cualquier fuerte de Syrtis.

Y había oído también los rumores en Raeraia, antes de salir. Los tres hermanos habían regresado para cumplir un juramento a su padre. De acuerdo a lo comentado por muchos, regresaban para encontrar alguna mujer, una compañera con la cual mantener el antiguo linaje.

Andaban detrás de madres para sus hijos.

Climene desvió su mirada del guerrero para dirigirse al pequeño grupo de avanzada, en el preciso instante en que el alto caballero posaba sus ojos en los jóvenes guerreros. Las mujeres eran escasas entre las filas syrtenses, y este grupo no era la excepción. Dos arqueras, elfas de espigada figura, se mantenían juntas, observando tímidamente a sus compañeros de armas. Una alturian, demasiado joven para participar en una guerra, sostenía su báculo con fuerza, como un apoyo para superar el temor al que se enfrentaba. A su lado una elfa de mediana estatura se erguía en un intento de protegerla de las miradas de los varones del grupo.

Aquella imagen había repetido constantemente desde que volviera a su tierra. La mayor parte de los más experimentados guerreros habían caído en batalla. Muchos de los que quedaban vivos habían decidido retirarse, y comenzar una vida familiar y segura dentro de las altas murallas, dejando sólo a unos pocos para guiar y enseñar a los jóvenes que hoy se enfrentaban a la crueldad de una guerra interminable.

Comenzaba a pensar que con sus hermanos, habían dejado pasar demasiado tiempo antes de regresar para cumplir el juramento a su padre. Ninguno de ellos consideraba factible el unirse a una mujer común, alguien que no hubiese estado en guerra. Su linaje era uno de los más antiguos del reino, y deseaban mujeres fuertes para continuar su casta. Pero la juventud e inexperiencia que lo rodeaba lo aturdía. La mitad de aquellos niños (sobre todo las mujeres) moriría antes de terminar la semana, y era imposible hacer algo para evitarlo.

Y entonces a vio. Una pequeña figura enfundada en una pesada y plateada armadura... o casi. No sabía si reír o preocuparse del descaro de la semielfa a su negativa de cubrir sus piernas con la protección de un par de perneras de combate.

- ¿Están locos? - escuchó su voz, al responder ante las bromas del grupo – son horribles y pesadas, me raspan las piernas y termino con machucones y morados por todas partes. Además, corro horriblemente lento con esas atrocidades puestas. No, gracias, adoro el aire fresco en mis piernas y no hay nada que me haga cambiar de opinión.

La vio reír junto al grupo ante su respuesta, y tuvo que resistir la tentación de acercarse a la joven. Pese a su baja estatura se veía fuerte, ágil, y se podía ver un carácter templado a fuego lento en ella. Incapaz de desviar la mirada de sus descubiertas piernas siguió sus movimientos a través del mercado, mientras se reunía con el pequeño grupo independiente que habían formado las otras mujeres. Dejo descansar su brazo, apoyando su escudo en su pierna, permitiéndole ver el emblema grabado en él: Lothmalt (3), la flor dorada, otro linaje elfico prácticamente perdido gracias a la guerra.

El lobo sonrió. Había encontrado a su presa.


x - x - x - x


Se quedó de pie frente a los pocos conjuradores del grupo, preparando su energía para invocar las protecciones necesarias para mantener a los magos a salvo de los enemigos. O al menos lo intentaba. Durante todo el camino hacia puente blanco sintió la potente mirada de un par de ojos grises sobre ella. O bajo ella, ya que estaba segura de que aquella mirada no se había separado de sus piernas.

Jápeto (4). Ese era el nombre con el que lo había llamado el guerrero junto a él. El sorprendente parecido le permitió saber que eran hermanos, gemelos, diferenciados sólo por el color de sus ojos: plateados los del caballero, dorados en el bárbaro.

Y Jápeto era la causa de que comenzara a extrañar las perneras, abandonadas en su casa en Dohsim. Aunque le agradaba atraer las miradas de otros guerreros, aumentando su ego, la potencia, ferocidad y posesión en los ojos de aquel caballero la abrumaba. Era casi como si estuviese usando sus manos en vez de la mirada para recorrer las esbeltas columnas que la unían a la tierra. Una sensación que le hacía difícil respirar y concentrarse, algo sumamente peligroso a minutos de entrar en una batalla.

Lo vio avanzar junto a su hermano y al otro caballero que viese en el mercado, y trató de no quedarse admirando su largo y negro cabello y la varonil figura que se adivinaba bajo la armadura.

- ¡Deja de mirarlo! - se regañó mentalmente – a esos hombres les interesa sólo una cosa, y no estas dispuesta a ser yegua de cría de ningún maldito macho syrtense. Saliendo de esta batalla te mandas a cambiar lo más lejos posible de cualquier cosa que recuerde a un maldito lobo – afirmando con fuerza su escudo desvió su mirada al grupo de magos a su espalda. Un muy joven alturian, y una elfa de casi su edad eran acompañados por un conjurador de más experiencia. Ella había decidido quedarse detrás de la línea de combate, para poder tener mejores oportunidades de defender a los conjuradores de cualquier daño enemigo.

El oscuro bárbaro gritó pidiendo las cabezas de sus enemigos, en el preciso momento en que una veintena de ignitas se acercaba rápidamente hacia el puente. Rayos y candentes rocas comenzaron a caer del cielo, una tormenta de flechas llovía sobre ambos bandos, y el sonido del entrechocar de las armas de los guerreros resonaba a su alrededor.

Un agudo grito a su izquierda le permitió encontrar a la joven bruja alturian herida cerca del agua, asediada por un par de jóvenes bárbaros enemigos. Rápidamente se puso entre la niña y el ataque de los esquelios, concentrando su fuerza en su brazo para bloquear ambos golpes. Dio una patada a uno de sus enemigos, mientras hacía una finta al otro, para luego poner un poco de distancia entre ellos. Justo a su espalda, la rubia elfa comenzaba a sanar las heridas de la niña maga bajo la protección de su escudo.

Mientras los guerreros se levantaban, una candente flecha rozó su muslo, logrando que perdiera su equilibrio. Aunque el grito de las jóvenes le advirtió del ataque que llegaba desde el frente, apenas si logró desviar la espada del más joven de sus enemigos, recibiendo el golpe del martillo sobre su hombro izquierdo. El escudo cayó desde su brazo inerte, mientras ella gritaba una orden para las dos magas, obligándolas a salir del lugar. El martillo golpeó nuevamente, esta vez sobre la herida de su muslo, y cerró los ojos mientras la espada se levantó sobre ella.

El grito estrangulado de los jóvenes fue lo único que escuchó mientras sentía que era alzada por dos fuertes brazos y sacada del lugar. Un olor masculino, de bosque y madreselva le golpeó los sentidos, y al abrir sus ojos se encontró con una plateada y posesiva mirada.

- Maldita sea mi suerte – masculló, sintiendo el abrazo del guerrero apretarse sobre ella.


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(1) El Save
(2) Sindarín, lobo negro.
(3) Sindarín, flor dorada.
(4) Japeto, titán griego hijo de Urano, esposo de la oceánide Climene.